domingo, 26 de junio de 2011

Apariencia y conciencia.

Apariencia y conciencia

Bárbara Jacobs

Una cosa son las cosas en sí y, otra, el significado que les damos. Pienso en vestirse y desvestirse, en lo que son los valores para mí y para ti, lo que son para los financieros y lo que deberían ser para los gobernantes, laicos o religiosos, que se visten con unos, pero que comulgan con otros, y que a la hora de desvestirse los que se quitan los desarman.

Si el mundo fuera lo que podría ser, hasta los animales y las piedras sonreirían, nadie andaría en despojos ni comería despojos ni a su alrededor vería despojos y más despojos. No sé qué pasa, pero parece que nada sirve de nada, porque pensar equivale a ser tonto y esforzarse a ser más tonto todavía.

Qué tonta soy, me digo a cada rato, que creo esto y esto, cuando debería despertar y darme cuenta de que lo importante es lo otro y lo otro. No sonrías, tonta, patea. No hables, más tonta todavía, gruñe, ruge, sobre todo eso, ruge, sé rugidora, y regirás.

A mí el ruido me hace daño y me provoca deseos de salir corriendo con tal de no gritar cállense, idiotas, piensen antes de hablar, tóquense el alma antes de hablar, sean hombres, idiotas, a mí gritar me emparejaría con el ruido y me abstengo de parecérmele porque es del hombre que quiere ser bestia, ni la verdadera bestia grita, sólo el hombre que se le parece, desvestido de los valores que son los del hombre, vestido de lo que cree que es una bestia, con la fuerza más fuerte aunque sin educación ni aspiración ni intención ni otra locución ni elocución que la del grito estridente, grita o hace aspavientos para ocultar su desnudez de valores que no son los valores del financiero ni del gobernante, sino los míos y los tuyos, tú y yo compartimos los valores de los que el mundo todos los días nos despoja con su estridencia discorde, rechinante, voraz.

El hombre bestia no camina, se arrastra, no sonríe, hace muecas, no habla, chilla estridente, discordante, ensordecedora, desapaciblemente, no tiene mente, su mente está llena de monedas, desbordada de monedas, hecha de monedas, suena a monedas, sabrá a monedas, amargas, despojadas de la dulzura de la cordura. Yo estoy harta, y sé que tú también porque te he visto desesperado tratando de entender por qué tus esfuerzos no cuentan para nada, después de todo lo que te cuesta creer y procurar y procurar para que sea cierto que el vestido es un vestido y el valor un valor de tus valores y no todo despojo y chirrido, pillaje, abuso y saqueo de parte de la ley, ¿y si viviéramos tú y yo fuera de la ley, te pregunto y te invito, dime, no sería mejor?


Se me olvidó incluir a los urdidores de la ley humana entre las bestias, gobernantes, notables de credos y financieros, que son todos de la misma ralea, horda, pandilla, turba o manada, no comen, tragan; no hablan, escupen; no dan la mano, sobre todo, eso: no dan la mano, si dan algo es lo que quitan, despojan; despojan, nos despojan de valor y de valores, a manotazos, a patadas y a escupitajos. Ya se les olvidó que son hombres y creen que son mejores que las bestias.

Si yo supiera cómo, los odiaría, a uno por uno y a todos y a cualquiera de todos y cada uno de esa ralea de seres no educados que mandan, con el mando de la fuerza y de las monedas y de las armas, desnudos de sus valores quedan desarmados, tiritan de miedo, desarmados de sus armas de fuerza y estridencia y sangre, qué idiotas son, también en lo idiota son más bestias que las bestias, que no son idiotas, sólo son bestias, y saben mejor lo que hacen que los que pretenden imitarlas, ni siquiera a las bestias conocen de veras, porque hacen tanto ruido y causan tanta estridencia entre aspavientos y muecas que ni siquiera ven que la bestia es bestia y por lo tanto mejor que el que se arrastra para parecérsele.

No creo en la ley divina porque no creo en la divinidad, ni creo en la ley de la selva porque no soy bestia ni estoy equipada para pretender parecérmele, desnuda como estoy de fuerza, despojada como estoy del deseo de la moneda, pero en la que menos creo de toda ley es en la humana, que dicta una cosa y aplica otra, y los urdidores de la ley humana están sentados sobre monedas y lo que oyen no son voces, sino tintinares de monedas y lo que se meten en los bolsillos unos a otros debajo de la mesa son monedas, sueñan con monedas, porque hasta su sudor huele a eso, a moneda, la moneda es su ley y la ley que hacen parece una cosa, pero es otra.

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