domingo, 5 de junio de 2011

Cine: Amores imaginarios.

Los amores imaginarios
Carlos Bonfil
La sentencia No hay mayor verdad en el mundo que el delirio amoroso”, del dramaturgo francés Alfred de Musset, sirve de epígrafe a Los amores imaginarios (Les amours imaginaires, 2010), segundo largometraje de Xavier Dolan, brillante revelación del cine canadiense francófono. En su debut fílmico, Yo maté a mi madre (J’ai tué ma mère, 2009), el cineasta de apenas 20 años, antiguo actor infantil, apasionado de decoración de interiores y de vestuario, había ensayado la autoficción, esa inmersión narrativa en la gratificación narcisista que tantos adeptos ha cobrado en literatura desde los exitosos relatos de Michel Houellebecq y la proliferación de los blogs y el Facebook, esas vitrinas del ego y de la catarsis individual vuelta espectáculo.

La primera cinta de Dolan era un inclemente ajuste de cuentas con una madre superficial y torpe, incapaz de brindar apoyo moral efectivo al adolescente homosexual (el propio Dolan), recién salido del clóset. A pesar de su primera intención iconoclasta, la cinta se volvía el itinerario de un petulante nómada precoz y su accidentado arribo a la madurez sentimental.

Fragmentos de un discurso amoroso. En su película siguiente, Xavier Dolan explora la cartografía de la confusión amorosa. El territorio de esos amores imaginarios que no son otra cosa que fantasías sentimentales mal correspondidas. El cineasta propone una trama sencilla: dos jóvenes de 25 años –un chico homosexual y su mejor amiga, heterosexual– se enamoran al mismo tiempo de un joven de sexualidad incierta y perturbadora belleza andrógina, que al entusiasmo de los dos corresponde con la condescendencia indolente que reservan las estrellas a sus admiradores más tenaces.

A esta ficción Dolan le intercala breves entrevistas, en falso documental, con jóvenes de la misma edad que reflexionan sobre las dificultades del compromiso amoroso. Me muero de amor –confiesa una chica– por alguien que no se interesa en mí, pero al tiempo ignoro la devoción sentimental de otra persona que no me interesa en absoluto. Otra joven relata su frustración amorosa: Al regresar a casa, mi amante se había marchado dejándome una nota elocuente: “No quiero malgastar mi vida queriéndote mal”.

Así van las cosas en el mundo juvenil que rodea a Francis (el propio Xavier Dolan) y a su amiga Marie (Monia Chokri) embelesados, en desvarío compartido, por Nicolas (Niel Schneider), bello indiferente a la Cocteau que con estudiada avaricia dosifica su abandono carnal y afectivo. La cinta registra pacientemente el largo cortejo combinado, el asedio del enamorado, la reticencia caprichosa del objeto amado, las primeras y torpes estrategias de la pasión que con el disfraz de una amistad desinteresada intenta alcanzar mejor una meta que se aleja a medida que aumenta la embestida.


¿Cómo describir en el cine este proceso de seducción, tan próximo a la literatura libertina, la de Laclos y sus relaciones peligrosas, y tan en deuda con una moderna reflexión barthesiana? El cineasta de 22 años elige la sensualidad de las imágenes, tan subjetiva y elocuente como el discurso literario. Una cámara siempre inquieta captura en un vaivén constante los rostros de los personajes entrevistados, escruta los espacios domésticos y las intensas composiciones cromáticas por las que deambulan o se demoran, como zombis sedientos de cariño, los protagonistas juveniles.

El director reconoce a sus maestros y baña de luz, ahora roja, ahora verde, una escena íntima, a la manera de Godard en El desprecio; recurre con talento de alumno aventajado a la cámara lenta que Christopher Doyle maneja con gran acierto en Deseando amar (In the mood for love), de Wong Kar-wai; abreva en la cultura pop (Warhol, Lichtenstein), en los cineastas queer de los 90 (Gregg Araki y The living end o Splendor), o en el más lúdico Francois Ozon (Un vestido de verano, Ocho mujeres), para imprimir a su ficción desbordada toques de manierismo decadente, de anacronismo plenamente asumido, que enriquecen la gama expresiva de sus protagonistas jóvenes –desprendidos de todo determinismo social y laboral, ninis absolutos de primer mundo, atentos a la supremacía del vestido y el peinado, que viven al ritmo de las canciones de Dalida y France Gall, y aman con fondo de suite para violonchelo de Bach; dandis que reconocen la superioridad del estilo sobre el contenido y viven sus entusiasmos amorosos a partir de un ensimismamiento cercano al autismo. Xavier Dolan captura el espíritu de su época y el desarraigo radical de su generación.

Aprende como pocos las mejores lecciones de cine y se perfila a su vez como un vigoroso oficiante de la sensualidad artística.

Un descubrimiento que el festival Distrital y otros mundos pone al alcance del cinéfilo, únicamente hoy a las 18 horas en la sala 3 de la Cineteca Nacional.

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