domingo, 19 de junio de 2011

Cine: ritual en el fin del mundo.

Un ritual en el fin del mundo

A los 19 años, “Alicia” (Sofía Espinosa) viaja a Argentina con la idea de poner tierra de por medio y encontrarse a sí misma. Alejada de casa, la joven inicia una travesía interna que la lleva a conocer de cerca la soledad y a confrontarse con sus miedos. El resultado de la aventura es la ópera prima Vete más lejos, Alicia de Elisa Miller, directora que en 2007 fue galardonada con la Palma de Oro en la categoría de cortometraje con Ver llover.

¿Pensó la película como el relato de un viaje iniciático?

Tiene mucho de eso. Pero no sólo fue un viaje iniciático para el personaje, sino también para todos los que trabajamos en la película. Quienes estuvimos involucrados lo vivimos como una especie de ritual que nos ubicó, literalmente, en el fin del mundo.

¿En qué sentido fue un ritual?

Primero porque éramos tres personas: Sofía Espinosa como protagonista; la fotógrafa María Secco y yo; en algunos momentos se incorporó Martín Piroyansky, el actor. Fue un rodaje intenso pero a la vez muy libre, nos dimos espacio para improvisar. Era una especie de escritura en vivo, como de probar cosas y hacerlas sin detenerse demasiado para pedir opinión. Cuando trabajas demasiado un guión se sobrepiensan las cosas, y en este caso fue todo lo contrario, queríamos hacer todo en vivo y luego ver que funcionaba y que no.

Cuando habla de improvisación, ¿a qué se refiere?

No había ningún diálogo escrito, de modo que los actores tenían libertad para decir y hacer con sus personajes lo que quisieran, siempre y cuando no traicionaran el espíritu de la historia. Con Sofía platiqué mucho, aunque casi siempre de manera cibernética, porque estábamos en distintos países; compartimos muchas lecturas y películas, así como cosas íntimas para ponernos en el mismo canal. Con Martín fue un proceso largo, hablamos de temas como la soledad y la subjetividad. Digamos que yo tiraba la línea de los diálogos pero dejaba que ellos dijeran las cosas como les naciera.

Aparte de los actores, el diseño sonoro y visual es esencial en el filme, ¿por qué?

El diseño sonoro corrió a cargo de Sergio Díaz y Arturo Zárate, un par de talentos que llegaron a la película después del primer corte. Mucho de lo que se encontró en la edición del sonido y de la imagen, se debió a la misma intención de trabajar con libertad. Para el personaje de Martín, por ejemplo, era necesario transmitir que le costaba trabajo conectarse con el mundo; mientras que para Sofía era necesario usar el sonido para ilustrar la manera en que se desconecta de las conversaciones o cuando recuerda algún diálogo.

Todo eso tiene injerencia en lo sonoro. En el caso de la imagen fue igual, primero nos quitamos el miedo al video, nunca quisimos que se viera como cine, y en cambio sí conseguimos jugar con las posibilidades que nos daba. Trabajamos las tomas como si fueran cuadros, queríamos que cada uno transmitiera una sensación, es decir, que ayudará a reforzar lo que queríamos platicar.

¿Esto no contradice un poco el sentido de improvisación del que hablaba al principio?

María Secco es muy talentosa, he trabajado con ella en dos cortos previos. Tenemos una relación muy cercana, compartimos mucho material visual, siempre nos mandamos materiales de fotógrafos y de artistas visuales. Nuestro universo es similar y siempre intercambiamos tipos de encuadres, planos, hablamos de colores y de plástica. Todo eso ayuda porque a la hora de filmar ya somos cómplices y estamos en el mismo tono. No podría decir que la propuesta visual es improvisada, es producto de una búsqueda alimentada por ambas.

¿Cuáles fueron sus referentes para hacer la película?

Más que de cine, me interesa tener referencia de otros medios. Por ejemplo María, Sofía y yo, leímos la poesía de Sylvia Plath, y Agua viva de Clarice Lispector, que sin duda es mi ídolo literario. Si tuviera que hablar de películas, tendría que mencionar a clásicos como Happy together de Wong Kar-Wai, o algunas cosas de Godard; me da pudor decir que quería que la película se pareciera a estas obras, pero sin duda sí son inspiradoras.

Parece que la soledad es el tema central de Vete más lejos, Alicia, sin embargo también hay una reflexión alrededor del miedo. En concreto hay un momento donde la protagonista no se atreve a saltar del trapecio…

Las escenas del circo son casi documentales porque Sofía realmente se dedicaba a eso en Buenos Aires. Para mí, el hecho de que no se atreva a brincar refleja —metafóricamente hablando— el estado de ánimo del personaje quien parece tener una especie de miedo a aventarse a la vida. Queríamos jugar con esa sensación.

No se atreve al brinco, pero sí a irse hasta a la Patagonia para buscarse…

Claro, esa es justo la dualidad que me interesaba rescatar. El ser humano es contradictorio y son esos detalles o matices los que nos distinguen como individuos. Justo sobre eso va la película. Tengo que reconocer que la historia tiene una connotación personal, hasta ahora sólo había hecho cortometrajes y esta película fue como aventarme al mundo del largometraje, así como “Alicia” tenía miedo de brincar yo también lo tenía, pero al final di el paso, aunque sea sólo un pequeño paso de los muchos que me faltan por dar.

Carlos Jordán • gonzalezjordan@gmail.com

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