sábado, 18 de junio de 2011

El alto precio de la infidelidad.

El escándalo Weiner desbarata la conveniencia del «perdón a toda costa» de las esposas humilladas


El matrimonio Clinton El último político norteamericano pillado con las manos en la masa de un escándalo sexual, el congresista demócrata Anthony Weiner (colgó sus fotos eróticas en internet), dimitió el pasado jueves tras dos semanas aferrándose a su cargo y a su matrimonio con Huma Abedin, asesora personal de Hillary Clinton. De hecho, hace tan sólo once meses Bill Clinton ofició la boda de los Weiner, en la que, además, Chelsea Clinton brindó por su «hermana Huma». Seguramente toda la ex primera familia tenía planes de acudir al bautizo del primer hijo de la pareja, ya en camino.

Pero esta semana, desde la mismísima Casa Blanca se pedía la cabeza de Anthony, mientras que a Huma Abedin no se le escuchaba decir esta boca es mía. Cuando él hizo pública su dimisión, agradeció efusivamente el apoyo de ella y se declaró dispuesto a luchar por su relación. Pero Huma no apareció a su lado. Las cámaras enfocaron al vacío. ¿Qué ha sido del club de las buenas esposas, las que, a pesar de lo que hubiera hecho su marido, salían a llenar ese vacío y a dar la cara por él?

De eso sabe mucho la jefa de Huma, varias veces salvadora del pellejo de un esposo adicto al sexo. ¿O acaso era Bill Clinton adicto a la expresión más inmadura del poder? Porque sus escarceos con Mónica Lewinsky culminaron un carrerón adúltero sorprendentemente pueril. Cuesta comprender que pudiera jugarse la familia y la presidencia por tan poco. Le costó creérselo a la misma Hillary, quien le defendió convencida hasta el tuétano de que «esta vez» él no mentía cuando le juró que con Lewinsky no había pasado nada.

Doble estigma
El paradójico resultado fue que Bill Clinton salvó su carrera política a costa de hipotecar gravemente la de su esposa, que arrastra desde entonces el doble estigma de haberle perdonado por «débil» o por anteponer la ambición a la dignidad. Desde la perspectiva de su experiencia, ¿qué le habrá aconsejado Hillary a su protegida Huma?

Huma Abedin es una mujer joven, inteligente, admirada y respetada por todos. Además, se está labrando una carrera brillante. ¿Puede todo eso irse al traste si el público juzga negativamente su reacción ante el escándalo del marido? Y es que cada vez hay menos unanimidad sobre que el deber de una buena esposa sea perdonar y poner la otra mejilla.

Por ejemplo, los norteamericanos reaccionaron mal cuando Silda Spitzer, esposa del ex gobernador de Nueva York Eliot Spitzer, se mantuvo firme a su lado en la rueda de prensa en la que éste anunció su dimisión, tras conocerse que había hecho uso de servicios de prostitución (este caso ha inspirado la teleserie «The good wife»). Laprensa y la blogosfera se llenaron de diatribas feministas contra la brillante abogada, que renunció a su propia carrera para apoyar las aspiraciones políticas de su marido. Una opción «lamentable», para algunas, que recibía su «justo castigo» con este oprobio.

Es curiosa tanta severidad cuando en la vida real son muchas las mujeres engañadas (y, también, hombres) que, tras una infidelidad de aquí te pillo, aquí te mato (no digamos si es virtual, como la de Anthony Weiner), optan por tragarse el sapo y seguir adelante. Pero la vida pública no es exactamente lo mismo que la vida real. Y las mujeres de hoy no se sienten tan representadas como las de antaño por el modelo de sufrida esposa.

Cosas que quedan en nada
Este sentimiento parece ser más fuerte en la izquierda que en la derecha del espectro político (buen ejemplo es el caso del demonizado senador demócrata John Edwards, quien tuvo una hija con otra mujer mientras su esposa estaba enferma de cáncer).

Entre los republicanos hay ultraconservadores que se permitieron el lujo de ser pillados cuando iban de putas o incluso insinuándose a otro hombre en los lavabos del aeropuerto de Minneapolis, y la cosa ha quedado en nada ante sus electores y ante su mujer.

Arnold Schwarzenegger disfrutó de años de bula, con su señora defendiéndole a capa y espada de todas las acusaciones de acoso sexual. Hasta que Maria Shriver, toda una Kennedy, dijo basta: después de todo, tener un hijo de diez años con la criada no es un pecado venial.

Quizás la mayor diferencia entre Huma Abedin y Hillary Clinton sea que la mujer de Weiner no tiene que hacerse «perdonar» por nadie si ella le perdona a él. Ella no tiene que recorrer el filo de la navaja populista de las urnas. ¿Tal vez por ello, a los pocos días del escándalo, se permitió el lujo de dejarse fotografiar a un continente de distancia y guardando un silencio sepulcral, pero con su alianza de boda en el dedo?

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