lunes, 6 de junio de 2011

El doctor Muerte, murió.

Aprender a Morir
Gracias, Kevorkian

Hernán González G.

El pasado viernes, a los 83 años, falleció en un hospital de Michigan, a causa de una trombosis pulmonar complicada con una afección renal, el médico patólogo estadunidense de origen armenio Jack Kevorkian, bautizado por los medios de comunicación gringos como El Doctor Muerte, debido a su solitaria y sustentada lucha en favor no sólo de la muerte digna y de la eutanasia, sino del suicidio asistido, para el que diseñó un aparato de autoaplicación.

El Mercitron, como bautizó Kevorkian en 1989 a su rudimentario, pero eficaz invento, es un dispositivo que conectado a la corriente eléctrica facilita, con un motor de reloj, un interruptor accionado por el paciente y una bobina pequeña, su muerte indolora, serena, rápida y segura mediante la inyección de sustancias letales bajo supervisión médica. La primera que recurrió a esa alternativa fue Janet Adkins, paciente con Alzheimer, el 4 de junio de 1990. Luego “mataría” a más de 100.

En 1987 Kevorkian había empezado a escandalizar conciencias convencionales al pretender ayudar a pacientes terminales a suicidarse y al publicar en periódicos de Detroit anuncios como: “Consejería sobre la muerte. ¿Alguien de su familia es enfermo terminal? ¿El o ella desea morir con dignidad? Llame a médico especialista. Número de teléfono”. ¿Qué animaba a Kevorkian a asistir a enfermos terminales de manera tan poco ortodoxa? ¿El dinero? ¿Salir en televisión? ¿Trastornos de personalidad? ¿Júbilo porque le retirasen su licencia profesional? ¿Revanchas con su gremio? ¿Placer malsano de ver morir a otros gracias a su invento? ¿Tener que ir tres veces a juicio y defenderse él mismo ante el fiscal y el jurado? ¿Ser condenado por homicidio y pasar ocho años en prisión? ¿Sentirse Dios?


Científico de avanzada, este armenio angloparlante, pero pensante sostenía que jamás obligó a nadie a someterse al suicidio asistido, sino que atendió a la libre petición de personas con una enfermedad incurable y dolorosa, y que, además de ayudar a que el paciente se matara, su finalidad era evitarle un sufrimiento que carecía de sentido. “Si podemos ayudar a las personas a venir al mundo, ¿por qué no podemos ayudarlas a dejarlo?”, preguntaba.

Las buenas conciencias proseguirán con el negocio de la salud, la sacralización de la vida y la negación de la libertad, dejando legiones de infelices sin opción de una muerte voluntaria y digna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario