martes, 7 de junio de 2011

¿El fin del fujimorismo?

El fin del fujimorismo?


Una frase de un politólogo de Harvard, Steve Levitsky, resumió para muchos peruanos los términos de la contienda electoral resuelta ayer: "Sobre Ollanta Humala hay dudas; sobre Keiko Fujimori hay pruebas".


Esa fórmula y sus variaciones definieron el tono, el volumen y la aspereza de la campaña. El carácter de la elección como competencia de aversiones fue tan marcado que hasta el propio Humala utilizó como argumento esa triste ventaja comparativa del riesgo frente a la certeza.

Ahora, mientras se asienta la polvareda de la batalla electoral, anoto algunas consecuencias poco aparentes de su resultado. Lo primero es que, pese a lo cerrado de las cifras, la derrota del fujimorismo deja a ese movimiento a la deriva de un futuro incierto. Lo segundo es que, en la poderosa coalición que buscó aplastar a Ollanta Humala, formada por los grandes bloques empresariales y sus gremios, el cardenal del Opus, los principales grupos de medios de comunicación y el expresidente Alan García, es este último el gran derrotado.

Para el fujimorismo, el objetivo necesario era el poder o, por lo menos, la posibilidad de integrar una coalición de fuerzas (como lo logró con Alan García) que le permitiera hacerle cómoda y funcional la reclusión a su sentenciado sogún, con la perspectiva de lograr su pronta libertad.

Cada paso y cada accidente (desde el sorpresivo viaje de Alberto Fujimori de Japón a Chile en 2005) fue para ellos parte del camino de reconquista del poder. Impedido su caudillo para postularse a la presidencia, él mismo designó a su hija Keiko como representante. Fue una versión dinástica de la candidatura peronista de Héctor Cámpora en la Argentina de los setenta. ¿Recuerdan? "Cámpora al Gobierno, Perón al poder". Aquí, la fórmula fracasó.

Si Keiko Fujimori hubiera triunfado, ¿se habría resignado a ser la Cámpora de su padre? Ya no lo sabremos. Ella es inteligente y tiene carácter, pero es una hija disciplinada que sabe que el caudillo no es ella, sino su padre. Lo más probable es que, con los ajustes del caso, se hubiera establecido al comienzo una relación parecida a la de Dmitri Medvédev con Vladímir Putin. El guión de lo que hubiera pasado después se lo dejo a un Hitchcock hipotético. Padre e hija perdieron ese objetivo y también la cómoda coalición tácita con Alan García.

La amenaza planteada por la posible victoria de Keiko llevó de hecho a una coalición, sobre una plataforma de defensa de la democracia, entre el expresidente Alejandro Toledo y Ollanta Humala. Ambas bancadas parlamentarias hacen mayoría y pueden permitir a Humala gobernar con una cierta tranquilidad.

Alan García jugó un partido complejo para impedir que llegara al poder aquel candidato que él sintiera peligroso por las posibles investigaciones en casos de corrupción. Lo logró en el caso de Toledo y todo parecía indicar que, con un candidato con tan pocos anticuerpos como Humala, coronaría exitosamente la faena. Ahora, sin embargo, junto con su reputación de táctico prodigioso de la maniobra política, García ha perdido la soga y la cabra. Lo que no ha perdido es peso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario