jueves, 2 de junio de 2011

El otro rostro de dios/cuento corto.

Por Juan José Lara.

El otro rostro de dios

Nunca pude explicarme muy bien, cuándo, cómo, ni dónde fue que me comenzó a gustar mirar, hasta convertirme en un auténtico fisgón. O tal vez, sí lo supe. Debió ser cuando iba a clases de religión.

El padre Rafael Luna nos enseñaba los predicados del catolicismo y, sí aprendíamos correctamente los contenidos de la doctrina, después de hacernos preguntas, al final nos daba una estampita.

Luego de la catequesis, nos dejaba jugar en los alrededores, y aprovechábamos para corretear por los misteriosos pasillos de la iglesia. Nos excitaba hacerlo porque normalmente era prohibido.

Una vez perdí la conciencia del tiempo y, cuando reparé que ya no había niños, escuché extraños ruidos en el ático que llevaba al campanario. Subí silencioso los peldaños y, sobresaltado, tropecé con unos chicos mayores agazapados, viendo desde arriba hacia el confesionario. En el interior del mismo el padre Luna tenia una niña púber sentada en sus rodillas y, con total impunidad, la convertía en objeto de su lujuria.

Cuando pequeño, nunca tuve valor para contarle a nadie los excesos del sacerdote; era repugnante, impuro y salvaje; sus extravíos los practicaba en un lugar que a mi me enseñaron a considerar sagrado, lleno de imágenes venerables, cristos, vírgenes, santos, que hasta me intimidaban con su semblante hierático. Seguí frecuentando en los días que quedaban para terminar el catecismo, el mirador secreto, sin lograr definir si era curiosidad, o bien otra fuerza secreta que me empujaba.
Con el tiempo desarrollé el hábito de mirar, no para complacerme sino porque me dispuse a fotografiar a este cura y, odiándolo con todas mis fuerzas, deseaba denunciarlo como se merecía.

Para el efecto, compré un telescopio Bushnell, con trípode y dispositivo fotográfico, para observar desde un apartamento en el quinto piso el colegio de curas.

Al principio tuve claro el objetivo de mi silenciosa cacería, pero con el tiempo sentí que el fin iba perdiendo su brillo. La inspiración primera fue cediendo paso a otra motivación, como si el odio de pronto se fuera convirtiendo poco a poco en otra pasión.

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