miércoles, 29 de junio de 2011

El visionario que acertó.

El visionario que acertó
La autobiografía de Nikola Tesla retrata a un genio ensombrecido por Edison y erigido en icono de la cultura popular


Pocas veces alguien con un sitio tan claro en las enciclopedias ha sido a la vez tan claramente un personaje de novela. Y de película, cómic y videojuego. Ese alguien es Nikola Tesla, un físico serbio nacido en Croacia en 1856 y emigrado a Estados Unidos que terminó prestando su apellido a la unidad de inducción magnética (el tesla), además de ser reconocido en todo el mundo como el hombre que consiguió domesticar la corriente alterna -a través del motor de inducción polifásico- y en su país de adopción como el inventor de la radio. Este último reconocimiento le llegó cuando el Tribunal Supremo decretó que Marconi se había basado para su trabajo en las patentes desarrolladas por Tesla.

Su leyenda empezó a fraguarse el día que murió en el hotel New Yorker
El hecho de que la justicia dictara su fallo en 1943, cuando el científico serbocroata llevaba meses muerto, es solo un ejemplo de lo que el futuro destinaba a su figura. Pese a que sus inventos permitieron iluminar grandes ciudades, enviar la electricidad a miles de kilómetros por primera vez o construir la primera gran central hidroeléctrica del mundo -en las cataratas del Niágara-, su nombre ha quedado ensombrecido por el de Thomas Alva Edison, con el que Tesla llegó a colaborar.

El encuentro y desencuentro entre ambos lo cuenta este último en Mis inventos, el texto autobiográfico que, junto al ensayo El problema de aumentar la energía humana, integra ahora el volumen Yo y la energía, traducido por Cristina Núñez Pereira, publicado por Turner y acompañado por una larga y apasionante introducción del periodista y escritor Miguel Ángel Delgado.

"En este volumen hay dos libros: el de Tesla y el de Miguel Ángel Delgado", dijo ayer en la sede madrileña del Círculo de Lectores José Manuel Sánchez Ron. El físico y miembro de la Real Academia Española abrió el acto enseñando un paquete comprado en unos grandes almacenes. Contenía la versión en muñeco de algunos de los grandes héroes de la ciencia y la técnica modernas.

Allí entre, Darwin, Madame Curie o Einstein estaba Tesla. El propio Sánchez Ron reconoció que cuando lo vio en la tienda se preguntó: "¿Qué hace este aquí?". Era su manera de reconocer el lugar fronterizo de "un visionario que acertó", un genio que "lo tenía todo para no prosperar como hombre de empresa".

Ese "todo" del que habla Sánchez Ron fueron un cuerpo, una personalidad y una inteligencia extremas: de dos metros de altura y políglota desatado -declaró haber estudiado 12 lenguas y llegó a manejarse en no menos de seis-, conjugaba su afán de notoriedad con una misantropía enfermiza que le llevó a mantenerse célibe durante toda su vida y que por momentos le impedía incluso dar la mano a la gente.

Amén de rechazar el ofrecimiento de colaboración como ayudantes sin sueldo de futuro premios Nobel de Física. Eso, no obstante, no evitó que el gran mundo frecuentara su laboratorio neoyorquino: de la actriz Sarah Bernhardt a su gran amigo Mark Twain. Un hombre que ha fascinado a escritores como Paul Auster o Thomas Pynchon, que lo han convertido en personaje de sus novelas, o a cineastas como Jim Jarmusch o Christopher Nolan.

Convertido en icono pop, Tesla se ha asomado en los últimos años en cómics, discos, videojuegos y series de televisión, de House a Los Simpson. Ese es uno de los muchos Tesla. El otro es el de la leyenda que empezó a fraguarse el día que murió en la habitación 3327 del hotel New Yorker. El mito dice que el FBI habría recogido sus papeles, que, por supuesto, permanecen en secreto.

A Miguel Ángel Delgado no le hace gracia la teoría conspiranoica porque podría reducir a caricatura a uno de los grandes genios de la historia de la humanidad. Él prefiere subrayar que fue uno de los primeros en "preocuparse por cosas que preocupan mucho ahora, pero nada en su tiempo": la necesidad de explotar energías limpias e inagotables frente a la dependencia del petróleo, el peligro nuclear o la atención a la ecología. Y, por supuesto, "las posibilidades que ofrece la transmisión inalámbrica de electricidad". El futuro parece suyo; el presente, también. La historia, todavía no.

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