jueves, 2 de junio de 2011

Kárpov: Enseña ajedrez

Resulta difícil ser agresivo con alguien que te sonríe"


Es un hombre educado, de sólidos valores, un héroe en su país que tiene coche y
chófer, pero que prefiere ir en metro, más práctico dice. Desde que se retiró, dedica la mayor parte de su tiempo a causas sociales, y ha pasado por Tarragona invitado por la Jove Cambra Internacional, que reúne 2000 jóvenes emprendedores de todo Europa, para hablarles del valor de la solidaridad. Otra de sus batallas es promover el ajedrez en la infancia. "Les ayuda a desarrollar su mente y su memoria, y a madurar más rápidamente. Los jóvenes que juegan al ajedrez no consumen drogas y obtienen notas superiores". A mi pregunta fetiche –qué merece la pena en la vida– responde: "El conocimiento y la acción".

¿Cree en el destino?

Sí. ¿Cuántos niños de tres años conoce que cuando ven a su padre jugando al ajedrez le piden que le enseñe?



Ninguno.

Nací en los montes Urales, adoraba el bosque, me gustaba ir a coger pájaros con las manos –todavía lo hago–. Luego mi madre, que era economista, los cocinaba con moras. Mi padre, ingeniero, era un hombre importante, trabajaba para el ejército, pero era humilde y amable; no me impuso nada.



A los siete años entrenaba en un club de ajedrez de una fábrica metalúrgica.

Acabé ganando al campeón, un anciano maestro de 70 años; así subí seis categorías de golpe. Fue la noticias de la prensa local.



¿Por dónde pasó su rebeldía?

La sociedad de la ajedrez tiene sus propias reglas: jóvenes y adultos comparten una pasión; no era necesario rebelarse.



¿Ha llorado frente a un tablero?

Cuando mi padre me ganaba. "Si la derrota te hace llorar, no juegues", me dijo cuando tenía 10 años, y no volví a llorar.



¿Y en la vida qué le ha hecho llorar?

Tengo un carácter muy fuerte, no lloro, pero guardarse todos los sentimientos dentro es más difícil que llorar. Para ser campeón del mundo debes tener un excelente control de tus emociones.



¿Por qué mira fijamente a los ojos de sus contrincantes?

Es mi manera de jugar desde los cinco años. Alguno se ha quejado, pero el ajedrez es un juego psicológico; la gente que no aguanta una mirada se queda por el camino.



Usted vivió la gran URSS y su desintegración, ¿qué añora de ese mundo?

En el pasado teníamos una moral más fuerte y éramos más honestos. Ahora podemos viajar sin pedir permiso y expresar nuestras opiniones, pero el abismo que se ha abierto entre ricos y pobres es peligrosísimo porque la estabilidad política la mantiene la clase media.



Usted estuvo muy cerca del poder.

"Sálvame del odio de mi patrón, pero también de su amor" escribió Griboyédov; nunca lo olvidé. Estuve muy cerca del poder, pero siempre me mantuve alejado de las intrigas y las camarillas. Si me hubiera arrimado debidamente, habría obtenido ventajas pero habría perdido mi independencia.



A partir de cierto nivel la técnica no debe contar...

No, lo que más cuenta es la psicología. Estudias a tu oponente para conocer sus puntos fuertes y débiles, y eso te da un gran conocimiento sobre el ser humano.



¿Qué ha entendido?

Que no hay dos seres humanos iguales.



¿Por qué no hay campeonatos mixtos?

Por el mismo motivo que no se enfrentan en los 100 metros lisos. Un campeón de ajedrez consume más energía que uno de fútbol americano. Cuestión de poderío físico.



¿Qué le enamoró de su mujer?

Todos desprendemos energía y hay energías que se atraen. Cuando doy una conferencia, lo primero que hago es sentir si el púbico esta o no receptivo. Si no lo está, sonrío más. Resulta difícil ser agresivo con alguien que te sonríe.



Se retiro hace 12 años. ¿Por qué?

No me gustaba el sistema que impuso la federación internacional: una sopa con las tres modalidades. Así consiguen que una persona que no sabe mucho pueda llegar a ser campeón del mundo, la base de la cultura americana, pero desvirtúa el ajedrez, un deporte de gran dedicación y esfuerzo.



Con el tiempo, sus malas relaciones con Kaspárov se han suavizado.

Ahora nos llevamos muy bien; tenemos las misma opinión respecto a las nuevas reglas de la federación internacional. De hecho, cuando yo me propuse como presidente, Kaspárov fue quién me apoyó. Cuando éramos rivales el ajedrez estaba en su máximo apogeo; queremos devolverlo a ese nivel.



¿Ha descubierto sus bondades?

Sí, pero sigue siendo difícil. Acordamos no hablar ni de política –tenemos ideas opuestas– ni de detalles de nuestros campeonatos.



¿Fue duro dejar la competición?

No demasiado; sigo dedicándome al ajedrez: tengo 27 escuelas en el mundo. Y puedo dedicar más tiempo a la mayor fundación por la paz de Rusia que hace 30 años que presido. Hace 25 que ayudo a las víctimas de Chernóbil y he creado un programa de talentos culturales: apoyo a 4 músicos y 6 ajedrecistas.



¿Hay alguna historia que le haya conmovido especialmente?

La de una madre ucraniana y un padre ruso que por trabajo debían vivir separados. En Rusia hay controles para velar por el bienestar del menor, a menudo ejercidos por personas corruptas. Una pareja adinerada vio a los niños, de 4 y 12 meses, en el hospital.



... Y pagaron por ellos.

Sí, y la institución se los robó a los padres con la excusa de que no estaban bien cuidados. Por fortuna pudimos intervenir, pero me he dado cuenta que para una familia sin demasiados recursos es muy difícil luchar contra esta actividad criminal.



¿Languidece la rica cultura rusa ?

Los cambios del sistema educativo no van a ayudar a mantenerla. Hasta los ochenta éramos probablemente la población más educada del mundo y la que más leía. Antes en el metro todo el mundo leía, ahora es una excepción; la gente está mucho menos formada.



¿Kárpov va en metro?

Sí, es mucho más práctico.

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