miércoles, 1 de junio de 2011

México, los indignados.

Los indignados
Carlos Martínez García


Se globaliza la indignación. En los últimos meses y por distintas regiones del mundo se manifiesta con vigor el rechazo a la política que excluye a los ciudadanos y privilegia a las partidocracias. En España, y ya con movimientos similares en otras partes de Europa, los miles que acampan en la Puerta del Sol, en Madrid, claman por una democracia real, que no se agote en los procesos electorales, sino que incluya otros órdenes de la vida social.

En México la indignación de la ciudadanía es creciente. El modelo que antes beneficiaba solamente a las cúpulas de un solo partido, el PRI, se democratizó para dar cabida a las dirigencias nacionales y locales de organizaciones partidarias que ya desde hace dos décadas comenzaron a recibir los beneficios del poder. Los tres grandes partidos (PRI, PAN y PRD) tienen una alianza de facto para vedar a los ciudadanos que les disputen el monopolio de los gobiernos en sus tres niveles.

La forma priísta de ejercer el poder por décadas se filtró en varios gobiernos municipales y estatales (y en dos federales: el de Fox y el actual de Calderón). En la triada partidista hay suficientes ejemplos de administraciones ejercidas por sus abanderados en las que han hecho uso faccioso y patrimonialista del poder. Casos de corrupción están documentados en el trío partidista, de tal manera que la victoria cultural del priísmo ha encontrado buenos receptores en sectores panistas y perredistas. Han hecho suyas máximas de próceres priístas, como las inefables “un político pobre es un pobre político” y “la moral es un árbol que da moras”.

En el país la partidocracia realmente existente se resiste a la democracia real. No quieren legislar para renunciar a privilegios que nunca debieron tener. Los salarios y prestaciones de diputados y senadores son escandalosos. Tienen mejores percepciones que legisladores estadunidenses y de los parlamentos europeos. El fuero del que gozan es discriminatorio de la ciudadanía, y en no pocas ocasiones ha sido usado por integrantes de los partidos representados en el Congreso para eximirse de procesos judiciales por delitos comprobados. Es tajante su negativa a eliminar, o reducir, a los representantes plurinominales que solamente agigantan innecesariamente al Congreso, el cual, por su tamaño y excesivos gastos, difícilmente tiene parangón en el mundo.

La vertiente mexicana de los indignados en España es la del movimiento que tiene como una de sus cabezas visibles a Javier Sicilia. La degradación del sistema judicial, su corrupción innegable, vulnera cotidianamente los derechos de miles de conciudadanos. La impunidad que deja sin sanciones a políticos es más, o tan, dañina que la violencia cotidiana padecida por todo el país. Es claro que los niveles de criminalidad que experimenta la nación tienen una de sus bases en la complicidad de autoridades gubernamentales de todos los niveles. Cualquier especialista en las redes criminales sabe que si no hay acciones judiciales contra quienes las protegen desde el poder, difícilmente podrá desmantelarse a las mismas.


La pedagogía del incumplimiento de las leyes que se ejerce por representantes de la partidocracia, el no penalizar las múltiples transgresiones de los suyos por parte de cada partido político, ha contaminado no pocos espacios de la sociedad civil. Cuando las autoridades son el principal foco de ilegalidad, corrupción y autoritarismo; en la ciudadanía no faltan quienes son buenos discípulos y hacen suyas formas de convivencia cotidiana que vulneran los derechos de los demás.

Lo sorprendente es que, ante esos espacios de ilegalidad alegremente asumida, la gran mayoría de mexicanos y mexicanas se contienen y no dañan a otros y otras. Se conducen con principios democráticos, de respeto a los otros, y con ello son una muralla contra quienes desde el poder y la sociedad son fuentes de ataques a la convivencia civilizada. Frente a los altísimos niveles de impunidad, de todas maneras la mayoría ciudadana guarda conductas que evitan que nuestra realidad cotidiana sea la abierta ley de la selva.

El camino es que la indignación sea creativa en la búsqueda de sendas que hagan posible la democracia real ya. No tenemos paz porque campean las injusticias de todo tipo. En este sentido la gesta en favor de la paz debe darse en terrenos amplios y pequeños. La democratización del poder, de los gobiernos municipales, estatales y federal, tiene que incluir la construcción de personalidades democráticas en todos los ámbitos. Hay que hacerlo en las familias, escuelas, agrupaciones de la sociedad civil, por supuesto que en los partidos, y en cada espacio de la sociedad.

Bien lo ha dicho Javier Sicilia, el tejido social está roto. No parece haber la voluntad de la partidocracia por reconstruirlo. Desde los espacios más conscientes, y activos, de la sociedad civil hay que ir ensanchando la democracia real. Hay que exigir a los reacios dejar su inmovilismo porque está en juego nada menos que la viabilidad nacional, la cual es más importante que su curul y/o su puesto gubernamental. Hay que convertir la indignación en una marejada de acciones y logros que reconstituyan a la nación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario