Mi vecino chabacano.
Era una tarde de descanso
cuando lo vi entrar a su casa desde lejos.
Sabía que tenía un lenguaje indecoroso, casi obsceno,
más siempre llevaba a las chicas a su cama.
Aún sintiendo que me chocaba tanto,
fantasiaba al verlo enamorar a las tórtolas a travéz de la ventana del vestíbulo,
desde donde podía divisar la entrada y el dormitorio.
Podía ser rubia, negra, latina, europea, refinada o vulgar;
la manera que las desarmaba, era insoportable perdérmelo.
Nunca corría las ventanas, quizás sospechaba mi presencia.
Cuando nos veíamos por casualidad en el jardín, me hacía temblar con sólo verlo.
Tenía ese sentimiento ambivalente; por un lado me encendía al sentirlo cerca
y por otro rechazaba su contacto por ese proceder mundano, casi arrabalero
que me parecía insoportable.
Se acercó a mi y sentí ese calor que me recorría todo el cuerpo...
era una atracción inentendible; de alguna manera no podía vivir sin él
y por el otro me agobiaba la vida cuando volvia a percibir su chabacanería.
Por Paula Dufourq.
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