jueves, 30 de junio de 2011

Nuestros chinos/artículo.

La hora del lobo

Federico Campbell


Nuestros chinos

La imagen es la de un amanecer en una de las colinas de Corea que las tropas estadounidenses en 1952 trataban de recuperar para establecer la demarcación del paralelo 38.

Uno de los soldados, Ray Mendoza, avanza adelantándose a su pelotón y cree distinguir a lo lejos la figura de un combatiente enemigo que salta entre las trincheras y las fosas de los bombardeos.

A bayoneta calada Ray corre tras el soldadito saltarín que de pronto se esfuma. Ray salta entre una fosa y otra y ve al fondo y abajo el horror en el rostro del coreano. Sin ningún titubeo, el californiano brinca sobre él y le coloca la punta de la bayoneta en la garganta.

—No me mates no me mates, no seas cabrón —le grita el enemigo.

—Oye pérate pérate pérate y tú ¿por qué hablas español?

—Es que soy de Culiacán —le dice el otro.


El recuerdo de esta escena proviene de una lectura: Los motivos de Caín, de José Revueltas. Nos pone a cavilar en ciertas calles de la infancia, en Tijuana o en Mazatlán, en Hermosillo, en El Altar: nunca faltaba el compañerito de la primaria o de la secundaria que tenía los ojos rasgados y un apellido a veces monosílabo, como Ley. Rosa Yamada, japonesa tijuanense, era la delicadeza misma en su diminuta persona.

Y es que los chinos —como les decíamos a todos, coreanos o japoneses, mongoles o birmanos— nunca nos han sido extraños en ese corredor sentimental que va de Escuinapa a Tijuana. Tanto que Mexicali no tendría la fisonomía humana que tiene sin los chinos de los restaurantes y las casas de cambio. De ahí la frase de Daniel Sada: “La comida típica de Baja California es la comida china.” No sabíamos si eran coreanos o chinos, pero lo cierto es que los japoneses trajeron el beisbol a Tijuana: Óscar Kawanishi, So Yasuhara, Takeshí Morita.

La historia que está detrás es que luego de concluidos los trabajos del ferrocarril en Arizona, California y Nuevo Mexico, no todos los chinos que empleaban en los “company towns” se quedaron allá. No pocos fueron contratados en 1905 por la Colorado River Land Company, que no quería trabajadores mexicanos, para labrar las tierras del valle de Mexicali.

Más triste es la persecución racista y criminal de los chinos en Sonora, cuando gobernaba el estado Rodolfo Elías Calles, hacia 1932. Era la década del fascismo en Italia y Alemania. Fueron los años de la fundación del PRI. Dicen los que lo han oído que alrededor de 30 mil chinos fueron asesinados o expulsados. Lo que sí se sabe es que algunas de las viejas familias más ricas de Hermosillo pusieron la primera piedra de sus fortunas con casas robadas a los “chales”. Otras cosas se dicen o se saben de ellos en Badiraguato: les atribuyen la introducción de la cultura del opio en la serranías y las barrancas.

Sin embargo, para refrendar que la memoria engaña o colorea de otro modo la materia recordada, en su novela José Revueltas en ningún párrafo se refiere a la escena de la fosa y la bayoneta. Eso se lo inventó algún lector que con los años acomodó la historia a sus fantasías personales. Pero Revuetas sí habla de Culiacán, donde radicaban los padres de Kim, mexicana ella, coreano él.

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