sábado, 18 de junio de 2011

Un Indiana Jones, de verdad.

Yo creo en los derechos humanos a pie de obra"


Al profesor no le convence estar sentado delante del plato de arroz. "No soy Indiana Jones ni nada por el estilo, hay gente que trabaja más y mejor". Paco Pascual (Santander, 1946), voluntario en uno de los poblados chabolistas más vergonzantes de España, asume la entrevista con resignación y sin probar casi bocado. "Como mucho, de verdad, pero me pongo a hablar...". La camarera, que lo conoce bien, replica al quitarle el arroz a la cubana intacto: "Y lo que te gusta a ti hablar, ¿eh?".

Es voluntario en uno de los poblados chabolistas más vergonzantes
Pascual elige para el encuentro Casa Mariano, el único restaurante de menú de la Cañada Real Galiana, un asentamiento de casas ilegales que ocupa parte del este de Madrid y de otros municipios. El exprofesor de Filosofía lleva toda la vida pendiente de lo que él llama "los niños despojados". Chavales "a los que esta sociedad les ha quitado el derecho a la dignidad, a la vivienda, a la escuela, a la subsistencia diaria".

A un kilómetro del local de la cita y a 15 de la Puerta del Sol, viven los 300 menores de El Gallinero. Pascual es del grupo de personas que se ha propuesto cambiarles la vida. Es voluntario en la parroquia de Santo Domingo de la Calzada, plantada en un terreno yermo donde los yonquis se resguardan para consumir heroína. Reparte su tiempo entre la parroquia, el Banco de Alimentos y El Gallinero, del que es una suerte de guía turístico. Pasea a los visitantes entre ratas, montañas de cables pelados y basuras donde conviven los parias de los parias. "Entre los gitanos hay clases: esta de los rumanos es la última, a la que los propios gitanos desprecian". Los chavales le saludan como a Papá Noel.

Aunque lleva barba blanca y también suele aparecer con el coche cargado de paquetes, la comparación no le gusta. "Me ven como un dólar con patas y eso no está bien", protesta. "No se trata de ir dando cosas, eso te aleja. El aprecio se gana por el tiempo que pasamos con los niños, por la preocupación para que vayan al colegio".

Confiesa que hay pocos representantes de la Administración que se hayan acercado hasta ese rincón olvidado. "Saben lo que pasa aunque no vengan, salimos en los medios de comunicación. Además, ningún partido político que quiera votos dirá que quiere integrar a los gitanos rumanos".

Su mujer tampoco ha ido al poblado, pero ella "entiende y aguanta" lo que él hace. Sin más. Uno de sus dos hijos, arquitecto, le ayudó a conseguir los columpios que hay a la entrada del poblado. Y al otro, experto en automoción e informática, le ha convencido para organizar un taller de mecánica.

Ahora han tocado a las puertas de la Concejalía de Medio Ambiente, que dirige Ana Botella (PP). La edil les ha prometido despejar la basura. Lo siguiente es conseguir una escuela infantil y urinarios públicos como los de los conciertos. Pascual es un hombre paciente.

Con 24 años, recorrió el mundo con el Circo de los Muchachos de Ourense, hijos de temporeros, aldeanos y emigrantes a los que daba clase entre ensayos y con los que visitó Estados Unidos, México, Colombia, Venezuela, Australia, Japón o China en cinco años de viajes y escuela. "Fue una experiencia brutal", confiesa mientras presta algo de atención al flan con nata que le sirven tras retirar un plato de pollo que se va como llegó: lleno.

Utiliza Facebook para seguir en contacto con sus antiguos alumnos. De aquel grupo salieron médicos, maestros, psicólogos, artistas... Sueña con lo mismo para los niños de El Gallinero. "Se puede, de verdad que se puede", repite. Entre los chavales del circo y estos, fue profesor asociado de la Complutense, trabajó con presos y en otros poblados. Pascual es más de práctica que de teoría: "Yo creo en los derechos humanos a pie de obra".

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