martes, 7 de junio de 2011

Una crónica del 15-M.

Desde el interior de la #spanishrevolution
Aunque persisten las causas que generaron el 15-M —de la crisis de representación política al desempleo— el movimiento corre el riesgo de volverse marginal luego de sus efímeros logros.

Regresé a España hace apenas unas semanas, en víspera de las elecciones regionales y municipales. He vivido más de una década en este país y nada hacía presumir que los comicios del 22 de mayo fueran a transformarse en algo especial.

El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) se encaminaba, según todas las encuestas, a una severa derrota producto de la impopularidad de las medidas de ajuste dictadas por el gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero hace un año, y el Partido Popular (PP) afilaba las uñas para exigir, a caballo de unos resultados que se presumían extraordinarios, un adelanto de los comicios presidenciales previstos para la primavera de 2012.


Pero el domingo 15 de mayo, cuando faltaban sólo siete días para la votación, un pequeño grupo de ciudadanos agrupados bajo la bandera de una plataforma llamada “Democracia Real Ya”, llenó de improviso las plazas de las principales ciudades con un reclamo que poco tenía que ver con la anodina campaña que estaban llevando a cabo los grandes partidos políticos.

La convocatoria había nacido en las redes sociales, había madurado durante al menos tres meses en silencio, no tenía líderes visibles ni objetivos muy claros: cuestionaban a la clase política por haberse rendido a los intereses del mercado financiero, se manifestaban indignados con los cientos de casos de corrupción que afectan tanto a socialistas como a conservadores y reclamaban una respuesta diferente al drama del desempleo que afecta a cinco millones de personas, sobre todo jóvenes, y al deterioro del estado de bienestar y de las instituciones públicas.

Al principio nadie les prestó demasiada atención. Parecían más bien un puñado de ingenuos pidiendo imposibles en concentraciones de unos cuantos miles de descontentos que aprovechaban la visibilidad del periodo electoral para hacer notar su bronca. Pero la cosa no quedó ahí. El lunes 16 los periódicos reflejaron en sus portadas las marchas y en las redes sociales se produjo una explosión. “Salgamos de nuevo, hoy otra vez a la plaza”, posteaban los ciberactivistas entusiasmados por el éxito imprevisto.

EL PRINCIPIO DEL FIN
En la noche del miércoles ocho, cuando faltaban pocos días para votar, me asomé a una de las plazas donde comenzaban a instalarse los primeros campamentos permanentes. Carpas azules pobladas mayoritariamente por jóvenes entre 20 y 30 años ponían en pie las primeras consignas del movimiento: “¡Que no, que no, que no nos representan!”, “PSOE y PP, la misma mierda es”. Las pancartas ingeniosas abundaban: “Si votar sirviera para algo ya lo habrían prohibido”, “No somos antisistema, el sistema es antinosotros”, “Que gobiernen las putas ya que sus hijos han fracasado”. Los partidos políticos comenzaban a inquietarse.


En el comando de campaña del PP subestimaron la movida. “Son votantes del PSOE descontentos, a nosotros no nos afecta” nos explicaban a los periodistas en riguroso off the record. El propio jefe de la oposición, Mariano Rajoy, hasta se dio el lujo de defender a los suyos: “Es muy fácil criticar a los políticos”. Los socialistas no estaban tan tranquilos.

El movimiento oscilaba entre pedir la abstención, el voto nulo o votar a partidos pequeños para poner en evidencia la injusticia de la actual ley electoral que favorece el bipartidismo y pone un techo demasiado alto, el cinco por ciento, a las minorías para tener derecho a la representación parlamentaria. En la noche del domingo 22 los socialistas pudieron comprobar cuánta razón tenían los del PP: eran votos suyos desencantados.

Pero el jueves 19 por la noche la plaza era ya mucho más. Los temas que se debatían oscilaban entre la sensatez y la más pura utopía. Unos pedían sacar el dinero de los bancos y otros la supresión del Fondo Monetario Internacional (FMI). Había quienes protestaban por el cambio climático y quienes se indignaban porque los bancos no aceptan las propiedades hipotecadas como condonación total de la deuda.

La reforma de la ley electoral era la consigna que suscitaba más adhesiones. Pero los que se llevaban la perla de las críticas eran los políticos corruptos: el 15-M exige una legislación que impida a los procesados por la justicia volverse a presentar a las elecciones. Este país siempre ha tolerado la corrupción política y la soporta desde hace décadas como un mal endémico arraigado en el estado.

Ya en 1996 el socialista Felipe González había abandonado el gobierno luego de 14 años en el poder en medio de numerosos escándalos de corrupción, y sigue tan popular como siempre. Pero ahora se acabaron los años de las vacas gordas y “los políticos se siguen enriqueciendo como si afuera no pasara nada”, tronaba en la plaza una de las manifestantes micrófono en mano.

En 2004 llegó Zapatero con aires de republicano moderado y su desafío a los ultraconservadores religiosos con la aprobación del matrimonio gay y la ampliación del derecho al aborto. Pero detrás del optimismo endémico del nuevo presidente de gobierno socialista había una bomba a punto de estallar. El país pasaba por un buen momento económico, superando incluso a Italia en Producto Bruto per cápita, montado en una burbuja inmobiliaria que hizo que en un año se construyeran más viviendas en España que en Francia y Alemania juntas.

Pero el modelo explotó en 2008, al compás del estallido de la burbuja inmobiliaria estadunidense, y Zapatero se empecinó en afirmar que no pasaba nada, que no había ninguna crisis, que era pasajero: antes de que comenzara la debacle tuvieron lugar las generales de 2008, y aunque el PP anunció que se venía una gran crisis, nadie le hizo mucho caso: al PSOE le faltó poco para obtener la mayoría absoluta.

“¿Qué nos puede pasar?”, se preguntaban los españoles “la economía crece, casi no hay desempleo, las hipotecas pagan bajos intereses, estamos en Europa”. Zapatero seguía prometiendo ampliar el estado de bienestar y negando que hubiera problemas, hasta comienzos de 2009, cuando los problemas no sólo se volvieron evidentes sino que se antojaron de máxima gravedad.

Primero las grandes empresas constructoras comenzaron a despedir gente y a abandonar los grandes proyectos. Detrás quedaban los años de inaudita bonanza, en los cuales era común el enriquecimiento rápido de cualquier propietario de un terreno que tuviera los vínculos adecuados con los políticos locales. El llamado “pelotazo” español se puso de moda. “Mi familia tenía terrenos en zona no urbanizable”, me contaba un amigo que se hizo rico de la noche a la mañana. “Lograron que se les calificara como terrenos aptos para construir y así vendieron un predio que valía 120 euros en un millón y medio”. Historias como ésta se contaban por doquier, y el ruido que produjo el derrumbe fue atronador.


LA REBELIÓN DE LAS REDES
Junto con las constructoras se derrumbaron un montón de empresas aledañas que habían crecido como modo de invertir dividendos enormes que nadie sabía muy bien cómo usar u ocultar de las garras del fisco. En menos de dos años el desempleo se disparó de ocho a 21 por ciento. Mientras los bancos dejaban de prestar dinero y veían preocupados como crecían los índices de morosidad, los políticos comenzaron a demostrar que no estaban a la altura de las circunstancias.

Al PP le estalló en las narices “el caso Gürtel”, una oscura red empresarial que daba suntuosos regalos a sus dirigentes a cambio de obtener contratos a dedo en los gobiernos regionales de Madrid y Valencia, donde acabó imputado hasta el propio presidente de gobierno, Francisco Camps.

Pero los socialistas no pudieron hacer leña del árbol caído. Zapatero comenzó a dar bandazos impredecibles ante la gravedad de la crisis económica; cuando los mercados amenazaron con el hundimiento, hace exactamente un año, el gobierno llegó a Bruselas con un plan económico explicando que no iba a ajustar el déficit porque ello pondría un obstáculo a la salida de la crisis, y volvió al otro día con un plan de ajuste brutal, de dimensiones históricas. Las bases socialistas comenzaron a masticar el descontento. Luego el PSOE introdujo una reforma laboral en el parlamento para facilitar el despido, argumentando que con ello se flexibilizaría el mercado laboral y se crearía más empleo, y lo único que sucedió es que se multiplicaron los despidos.

En la actualidad el desempleo afecta a cinco millones de personas. Más de un millón de hogares tienen a sus dos integrantes principales en paro. Entre los jóvenes de la “generación perdida”, el desempleo es del 34.7 por ciento, el 45.4 por ciento tiene empleos temporales, sólo el 19.4 ha logrado dejar la casa de sus padres y el 53.9 por ciento recibe ayuda de sus familiares según datos oficiales.

Cuando comenzó la pasada campaña electoral el PSOE intentó convencer a sus bases de que ellos eran un freno ante los ajustes que impondría la derecha, pero nadie le creyó. Y el PP encumbró a hombres de su partido, como Francisco Camps, en la candidaturas, aunque estuvieran procesados por la justicia porque, total, las encuestas lo ubicaban bien y “la corrupción no paga costos políticos”, como se jactaban sus estrategas puertas adentro.

Pero en las redes sociales se estaba fraguando la revuelta. Hace tres meses irrumpió con fuerza en internet “Democracia Real Ya”, difundiendo un manifiesto y sumando adhesiones virtuales. “Teníamos muchas ganas de salir a la calle, desde el principio”, cuenta María José, una de sus activistas, “pero no nos animamos hasta el 15 de mayo, cuando comenzamos a darnos cuenta que había ya muchos miles conectados a nuestra propuesta y que la cosa podía llegar a funcionar”. Y funcionó. Tanto que la plataforma decidió la semana pasada hacer una pausa para reflexionar sobre su futuro, limitó las relaciones con la prensa para evitar malentendidos y se vio obligada a aclarar que no busca convertirse en un partido político.

Otro protagonista destacado de la #spanishrevolution es la plataforma #nolosvotes. Lanzada hace apenas cuatro meses por un abogado especializado en internet, Carlos Sánchez Almeida, en colaboración con blogueros y conocidos referentes de las redes. Su objetivo primordial era promover el voto de castigo a los partidos que habían apoyado la llamada ley Sinde contra la descargas de contenido protegido por derechos de autor en la red.

Sus integrantes cuentan que escribieron el manifiesto en una noche y que en un día habían logrado el apoyo de 80 grupos regionales. Todos coinciden en señalar que se han inspirado en las revueltas árabes de principios de año. “La apuesta era arriesgada”, afirma David, un joven militante de #nolosvotes, “pero era mejor perder arriesgando que no arriesgarse y perder igual”.

En la víspera de las elecciones, el sábado 21, el movimiento alcanzó su cenit. Más de 60 ciudades vieron florecer campamentos azules. En pocos días se habían sumado jubilados, amas de casa y desempleados. Y aunque el grupo dominante era la llamada “generación perdida” —jóvenes entre 16 y 30 años de edad—, era evidente que el 15-M se había vuelto transversal y atravesaba todas las capas de la sociedad española.

Los resultados electorales del 22 de mayo dejaron entrever algunas de las consecuencias tempranas de la revuelta: el número de votos nulos y en blanco superó todas las marcas históricas hasta colocarse en torno al cinco por ciento del electorado, el PP obtuvo una victoria apabullante pero apenas consiguió uno por ciento de votos más que hace cuatro años y el PSOE perdió cerca de dos millones de votos, 10 puntos porcentuales, que fueron a parar a una miríada de partidos pequeños muchos de los cuales se quedaron sin representación por las duras exigencias de la ley electoral. El 15-M ha comenzado a dejar huella.

Pasadas las elecciones el movimiento languideció. El desalojo por las malas del campamento de Barcelona por la policía regional avivó la bronca, pero no fue suficiente para devolverle su brío. Atrapado en sus propias ingenuidades y en la falta de un programa claro que no puede ser consensuado en sus largas e interminables asambleas, el 15-M corre ahora el riesgo de transformarse en algo marginal, aunque persistan las causas que le dieron origen. El gobierno hará bien en esperar un desgaste más pronunciado antes de limpiar las plazas, como le exigen los comerciantes y los conservadores; el poder y la continuidad del mayo español queda aún por demostrar.

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