martes, 13 de septiembre de 2011

Las Primeras Damas.

Primeras damas

Alaska/cantante.

Carla Bruni acaba de confesar que está decidida a mantener al hijo que espera alejado de la atención mediática. El caso nos resulta cercano, recuerden la fotografía de las hijas de Zapatero. Claro que la imagen fue tomada en la Casa Blanca en un viaje oficial. Para que esa foto no hubiera existido, nada tan fácil como dejar a las chicas en casa. La misma Carla Bruni fue fotografiada sentada al lado del hijo menor de Sarkozy en la sede de la ONU sin mayor problema. Ese terreno indefinido en el que colocamos a la familia de un jefe de gobierno, empezando por la primera dama, es el origen de este problema de interpretación.

Una primera dama no tiene atribuciones concretas ni remuneración, pero se espera de ella que sea una compañera en actos protocolarios y visitas de estado. Los americanos, de norte a sur, esperan de sus primeras damas una agenda apretada de encuentros que fomenten la cultura y la beneficencia. Cuando no hay esposa, una hija corre a ocupar el puesto, como Zulemita Medem. En Europa, sobre todo donde hay reinas y princesas, somos más laxos a la hora de exigirles devoción por su papel y entendemos que mujeres como Carmen Romero o Sonsoles Espinosa apenas tengan proyección pública. El 'apenas' es lo incómodo… ¿por qué estar unas veces sí y otras no? ¿De qué depende? ¿No debería ser 'nunca' o 'siempre'?

En nuestras campañas políticas va quedando borrada la imagen del candidato junto a su familia, entendiendo que nada tiene que ver el ideario del partido o de un hombre con su familia. Aún así las presiones de la costumbre son duras de borrar. Me pregunto en que medida veremos en los próximos meses en mítines y medios de comunicación a Pilar Goya, señora de Rubalcaba y a Elvira Fernández Balboa, señora de Rajoy.

Tenemos un rasero muy injusto con las primeras damas. Si no aparecen, las criticamos; si se dedican a la caridad y las ONG, nos huele a chamusquina; si gastan dinerales en alta costura enseguida nos sale la vena demagógica y las masacramos. Las que siguen los pasos de sus maridos y se meten en política nos resultan sospechosamente interesadas. Pero sin duda tienen un tirón mediático difícil de igualar. Son princesas sin corona, que se codean en la vida real y en las páginas de las revistas de moda y corazón con esas otras primeras damas coronadas. Películas, series norteamericanas y telenovelas iberoamericanas se encargan de darnos una imagen dramatizada del papel de la esposa del líder.

Estamos acostumbrados a nuestra visión etnocéntrica occidental, donde la Kennedy o la Perón se convierten en iconos. Pero ahora la atención comienza a desviarse hacia la jequesa de Qatar o hacia Chantal Biya de Camerún. Y no olvidemos que en un terreno políticamente incorrecto los excesos de las compañeras de los dictadores ejercen fascinación y repulsión a la par, con Imelda a la cabeza.

¿Y qué pasa cuando hay una presidenta? ¿O un líder homosexual? ¿Exigimos lo mismo a sus parejas? Dejemos a las First Ladies para la ficción y para el recuerdo.

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