viernes, 2 de septiembre de 2011

México. dos minutos y medio.

Dos minutos y medio
Jorge Camil


Con precisión de comando militar, los atacantes llegaron en varios automóviles a las puertas del casino Royale. Una camioneta transportaba los garrafones del combustible usado para iniciar el incendio. ¡Inexplicable!: no portaban armas largas ni pasamontañas. El video muestra que el modus operandi fue inusual. Dos minutos y medio después salieron corriendo algunos clientes del casino. Fueron obligados a salir “pa que no se los llevara la chingada” (¿no iban a matarlos?). Detrás de ellos iban los atacantes, sin pasamontañas ni armas largas. Abandonaron el sitio con la misma tranquilidad con la que entraron. ¡Inexplicable!: los investigadores de la Siedo concluyeron que ninguna de las 52 víctimas mostraba heridas de bala ni esquirlas de granada. Se trató de un modus operandi diferente. ¿Fueron a matar clientes, a extorsionar a los dueños o a cobrar el seguro?

La versión difundida por The New York Times fue que los atacantes obligaban a todos a salir, pero que la mayoría, presa del pánico, se agolpó, como pasa en estos casos, en las puertas de emergencia y en los baños: nyti.ms/mZLdsA. El Times concluyó que el acto tuvo las características de las extorsiones del crimen organizado dondequiera que proliferan los casinos. Rodolfo Ortiz, ex empleado de seguridad del casino, declaró a La Jornada (bit.ly/r5axuN) que había varias puertas disponibles (“la puerta principal, la puerta norte y la que está al lado de los baños”). Concluyó que fue “falta de coordinación de la gente de seguridad”. La coordinadora de protección civil de Gobernación declaró a El Universal que había puertas de emergencia y que estaban funcionando: bit.ly/rr5XaG.

Sin embargo, 24 horas después, Felipe Calderón afirmó sin ambages: “No debemos confundirnos ni equivocarnos: fue un acto de terrorismo y de barbarie, perpetrado por verdaderos terroristas”. ¡Inexplicable!: se casó con esa peligrosa teoría al final del sexenio y en los albores del proceso electoral de 2012.

Después vendría el discurso obligado: “Déjennos hacer nuestro trabajo”, clamó el mandatario. “Dejen a un lado la mezquindad política y los intereses que buscan frenar la acción de las fuerzas federales para obtener, quizás, un lucro mediático o político”. ¿Y qué hacía él, sino lanzarnos a ciegas a una nueva cruzada contra los infieles? Pidió unidad “de la sociedad, de los poderes públicos, de los partidos políticos, de los líderes sociales y de los medios de comunicación”. En cierto modo fue como una nueva declaración de guerra.


Aprovechó la ocasión para continuar promoviendo la fallida estrategia contra el crimen organizado, y la necesidad de “redoblar esfuerzos”. No era momento para reclamarle al Congreso la ley de seguridad nacional, para “dotar a las fuerzas armadas de certidumbre jurídica”.

Como si la “certidumbre jurídica”, buscada afanosamente por los militares antes del cambio de gobierno, fuese la solución. ¡Inexplicable!: también culpó a Estados Unidos y le pidió que “cambien sus proveedores de droga y detengan el trasiego de armas a México (...) ustedes también son responsables”. ¡Cuidado con convertir una tragedia nacional en un acto de campaña para justificar más represión! El fantasma del “terrorismo” le permitió a George W. Bush incrementar las hostilidades en Irak y relegirse. Aquí no hay relección, pero están los compromisos adquiridos con Estados Unidos y la campaña del PAN.

Tampoco era momento para las frases gastadas de siempre: “daremos con los culpables”, “los haremos pagar”, “caerán sobre ellos todo el peso de la ley y la fuerza del Estado”, “esta barbarie no quedará impune”. Esos lugares comunes dejaron de funcionar cuando Calderón mismo reconoció que habíamos pasado a un nivel superior de violencia: más descarnada, peligrosa e incierta que la simple “guerra contra el narco” que lanzó en 2006.

Es hora de meter al señor Alejandro Poiré en el closet. Sus frases simplonas nos ofenden; son clichés de campaña, que en medio del horror insisten en transmitir el mensaje electoral: “Aquí no pasa nada; ¡voten por el PAN!” Lo de hoy es diferente. Si es terrorismo, obliga al mandatario a denunciarlo ante Naciones Unidas, con todas sus implicaciones políticas, legales e internacionales. Habría que encuadrarlo en alguno de los convenios administrado por ese organismo y firmados por México: bit.ly/n6qtQF. Hoy, los supuestos terroristas han sido capturados y presentados a los medios. Se ven como todos los demás; como los sicarios que presentan a la prensa todos los días.

Vicente Fox, mordiéndose la lengua, pidió una tregua y se ofreció como “mediador de paz” (¡la Iglesia en manos de Lutero!). Como se trataba de terrorismo Carlos Fuentes recomendó pedir ayuda a Israel, Francia y Alemania. La soberanía no es problema –dijo, reconociendo la realidad–, “ya no está intacta”.

¿Fueron dos minutos y medio de terrorismo, o el lamentable pandemonio que se desata cuando alguien grita “fuego” en un lugar público? No condono el acto execrable, ni olvido a las víctimas inocentes ni a sus deudos, pero creo que calificarlo a priori de “terrorismo” fue jugar con fuego.

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