viernes, 23 de septiembre de 2011

Música clásica. Perianes, el pianista.

CRÍTICA: MÚSICA
Y en esas llegó Perianes


El ambiente era distendido en estos conciertos de comienzo de temporada. El público estaba predispuesto a pasárselo bien en el reencuentro con las grandes orquestas y directores de los ciclos de Ibermúsica. Hubo muy buena entrada el miércoles y se llenó el Auditorio ayer. La Reina de España no faltó a la segunda cita de su admirado Zubin Mehta.

Tocó como los ángeles, con una naturalidad casi milagrosa
La Filarmónica de Israel y Zubin Mehta forman una de esas parejas trascendentales de la historia orquestal del último siglo. O de los últimos 75 años, si se quiere. Mehta nació en Bombay en 1936, el mismo año en que la orquesta comenzó una andadura que ahora celebra con una gira en septiembre por Londres, Lucerna, París, Bucarest, Dresde, Milán, Madrid, Verona, Turín, Bonn y otras ciudades europeas. En Madrid actuaron por primera vez juntos en 1979, con una Quinta de Mahler impresionante, de las que no se olvidan. La orquesta está en la actualidad bastante lejos de sus mejores momentos, pero conserva un carisma especial. Tal vez sea el médico Mehta el que la mantiene saludable. El director indio no envejece.

Su gesto es preciso, ordenado, comunicativo, seguro, incluso predecible -en el mejor sentido del término-. Y así logran juntos resultados artísticos de alto nivel en páginas como el Capricho español de Rimski Korsakov, y consiguen una lectura sólida, más brillante que psicológica, de la Cuarta de Chaikovski. La compenetración entre orquesta y director es admirable. Fruto de la experiencia, desde luego -de las 22 veces que la orquesta ha actuado en Madrid con Ibermúsica, solamente dos conciertos no los ha dirigido Mehta-, pero también de algo más. Ese algo más queda definido por el afecto, la admiración mutua y un mismo concepto musical.

Y en esas llegó Perianes, un pianista joven, vital, de una sensibilidad arrolladora. Para la orquesta fue un elixir. Tocó como los ángeles, con una naturalidad casi milagrosa, con pasión contenida, con un perfume musical lleno de evocaciones. Sus Noches en los jardines de España, de Falla, vienen después de una indagación admirable en Blasco de Nebra, en la "música callada" de Mompou o en los impromptus de Schubert. Se nota la herencia de sus dedicaciones anteriores. Palpita en su manera de tocar la música desde las raíces. Su Falla late frase a frase a flor de piel, desprendiendo a la vez sencillez y misterio. ¿Qué más se puede pedir?

Tuvo el programa de ayer un toque español permanente. Quizás en El Corpus Christi en Sevilla, de Albéniz, yo habría preferido la orquestación de Francisco Guerrero a la de Fernández Arbós -cuestión de gustos, ya lo sé-. En Triana hubo momentos en los que la orquesta sonó a banda de pueblo, con todos los respetos. El Debussy de Iberia fue anodino y el Rimsky-Korsakov, ya se decía más arriba, imponente. El día anterior, la lectura de los Preludios de Liszt fue encomiable, y el bis de Prokofiev superficialmente apabullante. Con unas y otras cosas los conciertos resultaron entretenidos. El curso de Ibermúsica ha comenzado. Bienvenido sea.

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