jueves, 9 de febrero de 2012

Disecado, de Mario Bellatin.

Disecado, de Mario Bellatin
Margo Glantz



1. Bellatin empieza su libro Disecado, como el narrador de Proust su Búsqueda del tiempo perdido, revolviéndose en la cama y describiendo sus visiones de duermevela; ambos tuvieron o tienen asma, ambos despiertan extrañados de sí mismos, y ambos experimentan sensaciones peculiares en su vigilia.

2. Aquí terminan las semejanzas, Bellatin minimiza la experiencia extendiéndola a las gallinas y los perros, en especial: sería interesante ver a dónde conducen esa asociación y esa elección. Me conformo con señalarlas.

3. Pero en realidad sus animales preferidos son los perros, necesarios para la creación, la suya. Proust sólo necesita a su madre o a su abuelita; en cambio, Mario además de sus perros necesita a sus abuelitos, un abuelo mutilado, al que le van cortando poco a poco todas las extremidades, un ejemplo de carnicería a domicilio. Fijaciones de infancia, las que todos tenemos, pero de manera diferente: de lo general a lo particular, de la experiencia universal a la experiencia peculiar se engendra la narrativa. Habría que comparar las vivencias de Proust y las de Mario, las diferencias que podrían existir de tener en el imaginario de infancia la figura de un perro o las de una madre o una abuela. Podría convertirse en un brillante ensayo de literatura comparada o por lo menos de biología o sicología comparadas.

4. En el caso de Bellatin las cosas son más complicadas, se trata de un escritor que pregona y difunde la escritura sin escritura, un necesario escribir sin escribir, al tiempo que se practica la autobiografía ficticia.

5. La alquimia sufí trasmuta a su personaje ¿Mi yo? en un derviche danzarín y sustituye las letras latinas de su nombre por caracteres griegos, ¿o simularán caracteres arábigos? Gracias a la escritura convierte a los perros detestados por el profeta Mohammed –la paz sea con él y su familia– en perros santos, los saluki, únicos que recuperan la pureza perdida de los demás perros del mundo. Este libro me convence de algo que nunca he querido aceptar por completo, Mario Bellatin profesa de verdad la religión sufí y aunque sólo lo he visto bailar una sola vez, es un derviche danzarín y su perro preferido un saluki.
6. En Disecado se consigue cumplir con la proeza de escribir sin escribir y, sobre todo, de vivir sin vivir, evocando y negando a la muerte, la propia, la del narrador y la de toda escritura.

7. Los perros de Bellatin son receptores de vivencias y posibles historias que se pueden narrar y que el escritor asume, los perros le transmiten su imaginario, a veces un imaginario épico como él demuestra en Perros héroes, especie de Odisea moderna. Al leer Disecado, empiezo a entender por qué nuestro autor los ama, ha llegado a tener cinco al mismo tiempo, aunque luego los deseche. No me queda más remedio que volver a asociar: ahora es Jean Jacques Rousseau; la única diferencia entre ellos es que el escritor suizo se deshacía de sus hijos en cuanto nacían para depositarlos en orfanatorios y poder luego escribir su Emilio o de la educación; Mario los entrega a instituciones perrunas y escribe Perros héroes y Disecado.

8. Detrás de los perros de Bellatin hay el fantasma del perro esencial, una especie de arquetipo platónico: un xolo excuintle peruano es su modelo, un modelo inaccesible. Extiendo la asociación a la protagonista de El pasante de notario Murasaki Shibuku, el relato que acompaña a Disecado en la edición de Sexto Piso; este personaje es a veces una escritora japonesa, un pasante de notario o un Golem. Un ser múltiple que evoca en sus propias ficciones al monje Zózima –llamado por Bellatin, Zoseme–, candidato a una canonización fracasada, pues el aspirante a santo no muere en olor de santidad: como los cadáveres ordinarios exhala un espantoso hedor.

10. Me fascina esa manía que ha llevado al escritor a recomponer de formas diversas su autobiografía, e irla facetando en distintas obras de maneras diferentes: realidad virtual, clonación, mitología.

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