jueves, 23 de febrero de 2012

El cuidado por las palabras.

El cuidado de las palabras
Por: Ángel Gabilondo



.“Son sólo palabras”. De este modo parecemos despachar el asunto anunciando (por cierto con palabras) que ellas son secundarias. Pero no estará de más detenernos ante tanta contundencia y desatención para con su importancia.

“Sólo el ser humano, entre los animales, posee la palabra. La voz es una indicación del dolor y del placer; por eso la tienen también otros animales. En cambio, la palabra existe para manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo injusto.” Aristóteles sitúa de este modo el asunto con todo su alcance. Somos seres de palabra, que necesitamos vivir en sociedad. Quien “no necesita nada por su propia suficiencia, no es miembro de la ciudad, sino como una bestia o un dios”.

La palabra no es un adorno, ni un ingrediente o complemento, ni un sustitutivo de lo que existe. Ella es real y crea realidad. Produce efectos. Las palabras hacen Las palabras dicen. Y decir es más que hablar.

Baste esta indicación para subrayar hasta qué punto es decisivo que cuidemos nuestras palabras. No hay cuidado de uno mismo sin cuidado del lenguaje. Es sintomático y delator que no falten quienes estiman que eso no es determinante. No sólo se descuidan a sí mismos, descuidan a los otros. Su insensibilidad para el detalle de lo que dicen y cómo lo dicen suele ir acompañada en ocasiones de una gran atención por lo que se les dice o por lo que se dice de ellos.
.En definitiva, si bien una buena educación no se agota en el modo de utilizar el lenguaje, ha de excluir ciertos modos de hablar. Resulta desconcertante a primera vista que Sócrates, al referirse a Teeteto, tras dudar de su aspecto y sin embargo gozar con lo que dice y cómo, afirme que “quien habla bien es una bella y excelente persona”. Ello confirma que tal hablar no se reduce a la forma de expresarse, importante en todo caso, sino que requiere capacidad de argumentar y de componer el discurso. Y la manera de vivirlo. Porque, efectivamente, decimos con nuestro modo de vivir. “El verdadero ser del hombre es su obrar”, señala Hegel. Éste es nuestro auténtico decir.





La verdadera mentira, lo que encierra una paradoja, no es que digamos lo contrario de lo que pensamos, es que vivamos lo contrario de lo que decimos. El buen decir, la verdadera palabra, es nuestra forma de vida. Por eso se insiste en que lo difícil es ser bello por la forma de vivir. Y por eso admiramos a quienes dicen lo que piensan, piensan lo que dicen y hacen y viven lo que piensan y dicen.

Y en esto también una palabra desajustada introduce una suerte de injusticia en el mundo, ya que el descuido desconsidera la virtud de la justicia que “consiste en la apreciación de lo justo”. De nuevo, Aristóteles.

Todo ello no evita la sospecha de que la palabra es poder y puede ejercerse asimismo con poder, como poder y como dominio, como arma arrojadiza, como fuerza de silenciamiento, como arrogancia de superioridad, como una forma de expansión del saber imperante. Un adjetivo puede hacer un daño sustantivo y comportarse como una acción. Y producir efectos. De ahí la necesaria responsabilidad. Pero, en todo caso, estas consideraciones no impiden reconocer que precisamente el conocimiento y cuidado de la palabra es también un arma de libertad.

Amar las palabras, sentir su fuerza y su pasión, reconocer su capacidad de relación, lo que nos ofrecen, entregan y transmiten, es clave para una buena educación, que siempre incluye hablar, leer y escribir adecuadamente, con justeza, con justicia. El descuido y la desconsideración con las palabras, emboscados de supuesta franqueza, denotan insensibilidad e impaciencia, y destilan falsa eficacia y abrupta “sinceridad”. Ello afecta de modo radical al pensamiento minucioso y detallista, sencillo, que no es una forma simple de pensamiento, sino que es un modo sutil, un modo de pensar efectivamente.

La gramática, que incluye la sintaxis, o el diccionario, que incorpora el léxico, no son normas vacías para eruditos, sino posibilidades de pensamiento, de experiencias, cauces de comunicación y de libertad, espacios para el encuentro y la creación. Y, sobre todo, nuestras declaraciones, conversaciones y manifestaciones. Constituidos como seres humanos, somos seres de palabra.

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