domingo, 12 de febrero de 2012

El ego del político.

Ego del político
JUAN CRUZ

Ya se sabe que el artista dispone de un ego más grande que el cuadro. Y que al escritor le sale el ego por encima del folio y cubre toda la habitación en la que trabaja. Pero también se conoce que el artista, el escritor, escenifica su ego en el marco nebuloso de una inseguridad enorme, enfermiza. Eso convierte al creador en Kafka, en Picasso, en Leonardo.

De lo que se habla menos es del ego de los políticos, un fenómeno que supera al ego de los escritores, que es el que siempre sale peor parado. Pues tenemos ego los periodistas y tienen ego los taxistas, y también exhiben su ego los cocineros y los médicos, y así sucesivamente.

Cuando concurren, los políticos exhiben sin pudor alguno el ego del que están dotados. Y el público, los que los escuchan y los que los votan, atiende compungido o emocionado, habituado en todo caso, a esa exhibición egocéntrica que se basa en la creencia (del político) de que nadie podría hacerlo mejor que él.

Ahora lo hemos visto en la campaña que enfrentó a Alfredo Pérez Rubalcaba con Carme Chacón. Uno decía que él era el adecuado para llevar adelante el Partido Socialista Obrero Español y la otra afirmaba lo mismo. Los dos estaban convencidos, y no solo se lo decían a los militantes a los que trataban de convencer sino a los delegados que tenían que depositar su voto en las urnas decisivas. Para ganarse a unos y a otros, cada uno dispuso de sus armas y las expuso sin pudor en todos los escenarios a los que acudieron hasta la victoria (o la derrota) final.

Ese ego infinito (yo soy mejor que el otro) se sublima en las contiendas electorales. El otro es peor, vótame a mí que lo haré divino. Se llenan las calles de eslóganes autosatisfechos, y pase lo que pase luego en la confrontación, el ego no conoce limaduras: nadie reconoce, en ese caso, que perdió porque era peor, sino porque las circunstancias lo abocaron a una derrota cuyos atenuantes son infinitos.

En ese ejercicio de egos pasó algo el último miércoles en el Congreso que me llamó la atención porque resulta excepcional. Hay una anécdota parecida, protagonizada en un programa de radio de Iñaki Gabilondo (valga la redundancia, pues Iñaki es radio) por el político y profesor gaditano Ramón Vargas Machuca. Gabilondo le preguntó algo concerniente a la actualidad. Y el entonces tertuliano dijo: "Pues de eso no sé nada". El gran comunicador paró en ese momento la tertulia: "Señores, ha ocurrido algo excepcional. Alguien, en el uso del micrófono, acaba de decir que de algo no sabe".

Pues lo que pasó en el hemiciclo dibujó una parábola parecida. Discutían Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy, exhibía cada uno el encendido ego político que anima a los usuarios de la tribuna pública, cuando el nuevo líder de los socialistas le reprochó al presidente del Gobierno determinado incumplimiento de un compromiso adquirido en verano o por ahí. Entonces se subió al solemne atril el jefe del Ejecutivo y dijo más o menos literalmente: "Pues estoy dispuesto a reunirme con usted para volver sobre ese asunto y si hemos cometido un error o hemos incumplido no tendré inconveniente alguno en rectificar y pedirle disculpas".

Hombre, pensé, eso sí que es lesionar el ego. Voy a seguir escuchándolos. jcruz@elpais.es

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