jueves, 9 de febrero de 2012

El origen de la 'MAC'.

Para no ser sexistas, te llamaremos Macintosh
Por: Naiara Galarraga
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Lo que hoy conocemos como un Mac, hace unos años era un Macintosh. Y el original fue el Lisa. Steve Jobs bautizó el primer ordenador de Apple con el nombre de su primogénita (detalle que tiene su miga porque en los ochenta la empresa aseguraba que era por: Lisa Invented Stupid Acronym o Lisa: Acrónimo Estúpido e Inventado). La segunda computadora a punto estuvo de llamarse Annie, pero no fue así gracias a un tipo sensible, inspirado posiblemente en el movimiento de liberación de la mujer. Recordemos, es 1979, estamos en California y estos chicos son unos frikis. Y unos hippies. “Como a [Jef] Raskin le parecía que resultaba sexista poner nombres de mujer a los ordenadores, lo renombró en honor a su variedad favorita de manzana, la McIntosh”, se cuenta en Steve Jobs, su única biografía autorizada.

Raskin cambió la grafía para evitar una pelea con otra empresa homónima. El nombre Apple (manzana) era otra gran ventaja en aquella época. ¡En el listín telefónico iba por delante de la poderosa Atari! Poco más de un puñado de mujeres aparecen en el libro de Walter Isaacson. Y queda claro que el padre del Mac, el iPhone, el iPod y del iPad era un mago, un genio a menudo odioso y, a ratos, misógino.
.Pero volvamos a Lisa. Es un gran ejemplo de la compleja personalidad de Jobs: la niña nació de una relación intermitente con una novia.

Él, que tenía 23 años, no la reconoció ni se responsabilizó de la cría hasta años después. Y eso que él mismo fue dado en adopción. Cuenta aquella exnovia en el libro que él consideraba el aborto “una buena opción”, aunque asegura que nunca la presionó. Y eso sí, “insistió e insistió” en que jamás la entregara en adopción. Fallecida su madre, Clara, Jobs -ya rico y famoso- buscó y localizó a su madre biológica, Joanne. Quería neutralizar cualquier remordimiento. Quería “ver si ella estaba bien y darle las gracias porque me alegro de que no abortara”, cuenta.

A medida que avanza la lectura, la verdad es que primero choca, luego escandaliza y al final duele comprobar de qué manera tan distinta trató a sus hijas Erin e Eve, respecto a su único hijo varón, Reed (los tres fruto de su matrimonio). Cuando le diagnosticaron cáncer hizo “un trato con Dios o con quien fuera”, así lo explica él, para ver a su adorado hijo mayor graduarse en el instituto. Allí estuvo, orgullosísimo. Ni siquiera el cáncer logró que tratara con menos indiferencia a las hijas, confiesa su esposa, Laurene Powell, al biógrafo, Walter Isaacson. Le cuenta que, tras el primer embate del cáncer, las adolescentes “esperaban que [su padre] les prestara un poco más de atención. No lo hizo”.

Queda la sensación de que hacía un buen equipo con Powell pero, aunque decía admirar los trabajos filantrópicos de ella, nunca visitó aquellos proyectos. Con Lisa, su primogénita, tuvo una relación salpicada de largos periodos sin contacto alguno; y de gran complicidad con su hermana carnal, la escritora Mona Simpson, a la que conoció de adulto.

Una de las pocas mujeres ajenas a su familia retratada en el libro es Joanna Hoffman, la primera encargada de márketing de la compañía. Ella sí le plantaba cara. Por eso ganó, en 1981, la primera edición del concurso anual para elegir al miembro del equipo de Apple que mejor había soportado a Jobs. Hoffman también venció en 1982.

Con todos sus méritos, Jobs tampoco era perfecto. Sí que hay que agradecerle que encargara una biografía que le muestra como un hombre alejado del venerado san Jobs. La encargó para que sus cuatro hijos le conocieran.
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