miércoles, 1 de febrero de 2012

En compañía de la soledad.

En compañía de la soledad
Irene Orce



“La soledad es el imperio de la consciencia”, Gustavo Adolfo Bécquer

Soledad. Una palabra que para algunos significa refugio y para muchos representa una condena. Hay quien la busca con desesperación, y quien con la misma desesperación trata de librarse de ella. Como si de un imán se tratara, atrae emociones contrapuestas a cada uno de sus polos. Y terminar gravitando en uno o en otro depende de nuestra predisposición ante su presencia. No en vano, cuando la escogemos se transforma en nuestra mejor aliada, pero cuando impone su compañía se convierte en la peor de las invitadas. Su reputación promete malestar, aburrimiento, tristeza y fracaso social. En la era de la comunicación no existe acompañante más impopular. De ahí que tratemos de ahuyentarla con todos los medios a nuestro alcance.

Gracias a las nuevas tecnologías, vivimos más ‘conectados’ que nunca. Muchos de nosotros estamos localizables las 24 horas del día. Internet, las redes sociales y los teléfonos móviles han cambiado en gran medida nuestra manera de relacionarnos. La realidad es que cada vez compartimos más a través de una pantalla. Contamos con más facilidades para interactuar con otros seres humanos que en ningún otro período histórico. En este escenario, parece que la soledad no tiene cabida. Debería estar extinta. Sin embargo, las estadísticas sobre el aumento de ventas de antidepresivos y fármacos derivados hablan a gritos del sentimiento de soledad que acompaña cada día a millones de seres humanos. No hay más que echar un vistazo a nuestro alrededor. O tal vez baste con mirarnos al espejo.

Quizás sea el momento de analizar qué sucede cuando nos sentimos solos. Más allá de la incomodidad y el malestar, la sensación de aislamiento abre una compuerta al vacío que anida en lo más profundo de nuestro interior. Es entonces cuando surge nuestra desesperada necesidad de evadirnos y distraernos. La verdad incómoda que se encuentra tras esta realidad, es que en general son pocos quienes encuentran compañía consigo mismos. Lo cierto es que la soledad no deseada puede resultar apabullante, terriblemente dolorosa e incluso autodestructiva… pero también nos brinda la oportunidad de descubrir quiénes somos y de aprender a construir un vínculo más sano con nosotros mismos.

Mejor solos que mal acompañados
“Saber escuchar es el mejor remedio contra la soledad”, Anónimo

Cuando nacemos, los seres humanos necesitamos del contacto físico para sobrevivir. A través de la piel nos comunicamos, exploramos y establecemos nuestros primeros vínculos con otras personas. En base a nuestras relaciones vamos construyendo nuestra realidad afectiva, y a medida que vamos creciendo, nuestra autoimagen. La soledad no aparece hasta que conquistamos la autonomía física y comenzamos a aventurarnos en el territorio de la independencia. Y si nuestra dimensión relacional está bien estructurada, es un elemento que nos permite profundizar sobre nosotros mismos y el mundo que nos rodea. Según los expertos, “es un factor de equilibrio psicológico clave en el desarrollo humano, pues nos da el espacio y el tiempo que nos permiten poder reconectar con nuestras auténticas necesidades emocionales e inquietudes personales”. Sin embargo, cuando la soledad no deseada se extiende en el tiempo, adquiere un componente árido, emocional y afectivamente.

No en vano, gran parte del sufrimiento que genera la soledad se debe a la lucha permanente que mantenemos con ella. Sin embargo, lo único que conseguimos cuando la rechazamos es incrementar nuestro nivel de malestar. En cambio, si aceptamos su presencia podremos constatar que también puede aportarnos lecciones valiosas. Nos libera de la dependencia de los demás y nos obliga a encontrarnos con nosotros mismos. Al fin y al cabo, ¿qué dice de nosotros el hecho de que no estemos a gusto con nuestra propia compañía? Y ¿cómo pretendemos construir relaciones sanas si no hemos atendido primero la que mantenemos con nosotros mismos?

Si nos atrevemos a ir más allá del desierto de la soledad encontraremos un espacio de equilibrio que nos hace crecer en humildad y aprendizaje, nos ayuda a valorar más nuestras relaciones y nos conecta con la empatía. Si sentimos que no tenemos ninguna persona con la que poder compartir auténticamente y ningún proyecto del que formamos parte, tal vez sea el momento de plantearnos qué estamos haciendo nosotros para que eso suceda. Y la soledad nos brinda el regalo del tiempo para averiguarlo.

Independencia sana
“Es muy difícil encontrar la felicidad dentro de uno mismo, pero imposible hallarla en ninguna otra parte”, Nicolás Chamfort

El primer paso para reconciliarnos con ella consiste en gestionar mejor nuestra manera de compartir. A menudo, quienes padecen de soledad suelen buscar cualquier oportunidad para descargar sus aflicciones. Lo cierto es que cuando llevamos mucho tiempo conteniendo nuestra necesidad de compartir, en cuanto vemos la oportunidad abrimos al máximo las compuertas. Y por lo general, no obtenemos los resultados deseados. Tal vez la descarga nos aporte un alivio momentáneo, pero no nos libera de la cárcel de la soledad. Somos nosotros quienes tenemos esa llave.

Al fin y al cabo, la soledad no entiende de física. Podemos sentirnos tremendamente solos en una sala llena de gente. No se trata de la cantidad de personas que nos rodean, sino de la calidad de los intercambios que realizamos con ellas. La necesidad de conectar con otras personas a un nivel más allá del superficial forma parte de la condición humana. De ahí la importancia de cambiar nuestra estrategia de comunicación. Si aspiramos a construir relaciones sanas, tenemos que empezar por interesarnos por los demás antes de avasallarles con un incesante monólogo. Y es que cada vez que nos abrimos a la escucha, conectamos con la parte más genuina de nosotros mismos.

Dedicar tiempo a establecer relaciones de calidad es el primer paso para liberarnos de la soledad no deseada. En última instancia somos seres sociales que necesitamos de los demás para construirnos a nosotros mismos. Y no sólo para cubrir nuestras necesidades afectivas, sino para afianzar nuestra autoestima. En este proceso también es importante utilizar nuestra mente de manera creativa, ocupándola con pensamientos estimulantes en vez de maltratarnos con pensamientos nocivos. Por ejemplo, cada vez que nos asalte el pensamiento “me siento solo”, podemos sustituirlo por la afirmación “estoy acompañado por mí mismo”.

No en vano, quienes sacan provecho de su propia compañía rara vez se aburren, y no necesitan de un ambiente externo favorable para sentirse bien. Es el resultado de darnos lo que necesitamos en vez de buscarlo en los demás. Depende únicamente de nosotros transformar el desierto de la soledad en un jardín secreto, un refugio del ruido que existe en nuestra vida. Un lugar donde podemos estar solos sin sentirnos desconectados del mundo. De ahí la importancia de comprometernos con el reto que propone la soledad. Si optamos por aliarnos con ella en vez de padecerla, podremos mejorar notablemente nuestra calidad de vida. Se trata de un proceso que requiere toneladas de honestidad y buenas dosis de voluntad. No en vano, implica mostrarnos desde la vulnerabilidad. Y estar dispuestos a realizar cambios importantes en nuestra conducta, nuestra actitud y nuestra rutina. Tal vez entonces seamos capaces de visitar ese jardín de vez en cuando, con la certeza de que estamos bien acompañados…por nosotros mismos.

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