martes, 14 de febrero de 2012

La niña del espejo.

La niña en el espejo
Esa niña tímida que se convertía en un torbellino en la pista es hoy una mujer rota en el espejo
Pilar Rahola


Me impresionaron las lágrimas de Arantxa. Esa niña tímida que se convertía en un torbellino en la pista de tenis es hoy una mujer rota en el espejo, enfrentada a los demonios de su vida. El poder omnipotente de sus padres, el amor por un marido rechazado, sus atajos andorranos, el dinero que voló a tierras ignotas..., todo es como una arrastrada novela negra cuya protagonista trágica es ella misma.

Por supuesto desconozco los detalles de este sórdido escándalo, cuyas derivadas deben hacer un daño atroz a ambas partes, porque no hay nada más desgarrador que la pelea entre padres e hijos, sobre todo si hay dinero de por medio. ¿Recuerdan la expresión: "Si dos hermanos se pelean, no preguntes por qué, pregunta por cuánto"? Y el cuánto, en este caso, se calcula en millones de euros volatilizados por arte de virtuoso ilusionismo. No tengo duda, pues, de que el dolor de unos y otros debe de ser tan brutal como lo era la tensión que respiraba la propia Arantxa en la presentación de su libro.

Si cortar el cordón umbilical siempre resulta traumático, cortarlo con notoria publicidad debe de ser terrible. "¿Qué motivos tan importantes pueden llevar a una hija a demandar a sus padres no sólo ante la justicia sino también ante la opinión pública?", se preguntaba Dagoberto Escorcia en un espléndido artículo. Y la respuesta tiene que ver con el dinero y con el poder, pero también con el dominio, el miedo, el amor, la incomprensión..., todo el vocabulario que conforma la pasta de las emociones. Lo triste, al final, es que esa deportista ejemplar que consiguió superarse y llegar a lo más alto, dejándose la piel detrás de las raquetas, juega ahora un partido turbio, desolador, que lo es todo menos ejemplar. No sé quién ganará esta triste batalla, pero es evidente que, incluso ganando, todos perderán.



Más allá de este escándalo tan apetitoso para el marujeo, late la cuestión de los niños prodigio, esos seres geniales cuya dedicación absoluta a un deporte o una afición los ha dejado sin infancia. Solo en el mundo del tenis hay muchos ejemplos y Chelo García Cortés, que sabe como nadie de estos temas, recordaba los casos de las hermanas Williams o de Martina Hingis, tan parecidos al de Arantxa, incluso en la ruptura paterna. Si es tan habitual que niños actores, deportistas, músicos acaben tan rotos, parece lógico preguntarse si esas infancias están hechas a la medida de los niños. Niños con entrenamientos asfixiantes, metidos en la competitividad extrema desde muy pequeños, sin fiestas ni casi amigos, permanentemente presionados para ser campeones. Y si algunos llegan al éxito, y a pesar de eso se rompen, ¿qué debe de ocurrir con las decenas que lo intentan y fracasan? "La verdadera patria del hombre es la infancia", decía el poeta Rilke, y no hay peor soledad que haberse quedado sin patria. Lo podemos ver en las lágrimas de Arantxa.

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