jueves, 9 de febrero de 2012

Los Windsor.

Los Windsor
Por: Walter Oppenheimer
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Isabel II acaba de cumplir 60 años en el trono británico. Si la salud le acompaña, le faltan menos de cuatro años para batir el récord de su tatarabuela, la reina Victoria, que reinó durante 63 años, siete meses y dos días.

Sin embargo, a pesar de ser la monarquía más pomposa del mundo, los Windsor son de alguna manera unos recién llegados: aunque el linaje de Isabel se puede rastrear cientos de años hacia atrás, la dinastía Windsor ni siquiera ha cumplido su primer siglo.

¿Cómo es eso posible? Porque los Windsor son una invención de Jorge V, que en 1917 se vio en la necesidad de intentar ocultar que, en contra de lo que parece, el rey de Inglaterra era más alemán que británico. El verdadero nombre del abuelo de la actual monarca era George Frederick Ernest Albert Saxe-Coburg Gotha, un nombre muy poco patriótico en plena I Guerra Mundial y cuando los alemanes intentaban bombardear Londres utilizando unos bombarderos que se llamaban… ¡Gotha!

Jorge V quiso britanizar la monarquía británica y lo hizo en varios sentidos. Primero, adoptando un nombre absolutamente inglés. El 17 de julio de 1917 aprobó una proclama real: “Ahora, por lo tanto, nosotros, en virtud de Nuestra Voluntad y Autoridad Real, por la presente declaramos y anunciamos que, a partir de la fecha de la Proclamación Real, nuestra Casa y Familia se denominará y será conocida como la Casa y Familia de Windsor, y que todos los descendientes por línea masculina de nuestra abuela la reina Victoria que son súbditos de estos Reinos, salvo las mujeres descendientes que puedan casarse o se hayan casado, deben llevar el mencionado nombre de Windsor”.

El monarca intentaba así ocultar una tradición germánica milenaria porque los Saxe-Coburgo Gotha eran una rama de la llamada Casa de Wettin, que se remonta al menos al siglo X, al rey Dietrich, nacido hacia el año 916 y fallecido hacia 976, conocido también como Thierry I de Liesgau. Los Wettin eran una dinastía de condes, duques y príncipes que gobernaban en lo que ahora son los estados de Sajonia y Turingia. Se da por probado que Isabel II es descendiente por vía paterna de Conrado el Grande, marqués de Meissen y conde de Wettin, Brehna y Hamburgo, que vivió entre 1097 y 1157. Y probablemente sus ancestros se remontan hasta Burchard, duque de Turingia, que no se sabe cuándo nació pero sí que murió el 3 de agosto de 908.

La sangre alemana no solo corre por las venas de Isabel: su esposo, el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, es miembro de la casa de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glüsksburg por vía paterna y Battenberg por vía materna, aunque desde 1917 los Battenberg británicos habían adoptado la versión inglesa del apellido: Mountbatten.



Por deseo expreso de Isabel II, que quería mitigar el orgullo herido de su marido por no poder transmitir a sus descendientes su propio apellido, el apellido personal de los descendientes de la pareja real es Mountbatten-Windsor, aunque el nombre oficial de la familiav real británica y de la casa real es Windsor. Un empeño curioso el de Felipe porque él mismo se acogió al britanizado apellido materno en lugar de lucir el germánico apellido paterno…

Pero los cambios introducidos por el rey Jorge V en 1917 no se limitaron a ocultar los orígenes germánicos de la monarquía británica adoptando el nombre dinástico de Windsor. Jorge V anunció también un cambio en las tradiciones matrimoniales para que la realeza británica se pudiera casar con hombres ingleses y con mujeres inglesas. En palabras del historiador David Starkey, “eso cambió por completo la naturaleza de los matrimonios reales”. “En lugar de ser matrimonios arreglados, pueden ser matrimonios por amor. Aún más: se espera que sean por amor”.

Obviamente, el objetivo de Jorge V no era promover las novelas románticas protagonizadas por príncipes y doncellas o princesas y mancebos, sino acercar la monarquía a la población en unos momentos particularmente convulsos en Europa y en el mundo. Hasta entonces, los matrimonios reales eran algo fundamentalmente privado: arreglos entre primos más o menos lejanos que se resolvían en ceremonias privadas en las capillas reales, a espaldas de la población.

El proyecto de Jorge V acaba cobijando elementos contradictorios. Por un lado quiere que, al tiempo que convierte en Windsor el poco admisible Saxe-Cuburgo-Gotha, la familia real se convierta en un espejo de virtudes que guíe a las demás familias británicas. Por otro lado, quiere que la monarquía despliegue toda su pompa para atraer a esas familias. Los monarcas y sus herederos han de dejar de estar encerrados, han de dejarse ver. Y las ceremonias nupciales son una excelente ocasión para ser visto.



La boda del príncipe Alberto con Isabel Bowles-Lyon, en 1923, fue la primera boda real que se convirtió en un acontecimiento social de cara al público: el enlace se celebró en la abadía de Westminster, y no en la capilla privada del palacio de Saint James como marcaba la tradición. Y si la BBC no la retransmitió por radio en directo fue porque el capítulo de la abadía se opuso.

Pero los Windsor tardaron muy poco en hacer saltar por los aires el proyecto de Jorge V de convertir a la familia real en el ejemplo a seguir. El hermano mayor de Alberto y príncipe de Gales llegó soltero al trono como Eduardo VIII al morir Jorge V en enero de 1936. Y soltero se marchó menos de un año después, cuando prefirió abdicar antes que renunciar a casarse con el amor de su vida: la millonaria divorciada Wallis Simpson.


De alguna manera, Eduardo VIII había sido leal al deseo de su padre de que los matrimonios de conveniencia dieran paso a los matrimonios por amor. El hermano pequeño, Alberto, tuvo que ceñirse la corona, pero eligió reinar como Jorge VI porque Albert era un nombre demasiado germánico. Era diciembre de 1936 y los nazis ya habían alcanzado el poder en Alemania.

Jorge VI e Isabel Bowles-Lyon sí parecieron formar la feliz familia británica con que había soñado su padre. Pero a su hija mayor y actual soberana, Isabel II, le sería mucho más difícil. El de Isabel y Felipe de Edimburgo fue un amor conveniente, pero de él saldría un ejército de divorciados: Carlos, Andrés y Ana han roto sus matrimonios. Sólo el hermano pequeño, Eduardo, sigue casado con su primera mujer, Sophie Rys-Jones. Quizás porque, según confidencias de la servidumbre de palacio, Sophie es una de las pocas personas de la familia que parece normal…
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