miércoles, 1 de febrero de 2012

Pensamiento crítico en México.

Pensamiento crítico y compromiso social
Ana Esther Ceceña


Al inicio de la segunda mitad del siglo XX José Luis Ceceña, mi querido padre, fue enviado en calidad de experto de Naciones Unidas a El Salvador. Eran los tiempos en que la United Fruit, la encarnación más perfecta de la doctrina Monroe, se desplegaba sobre la franja tropical de América promoviendo plantaciones de monocultivo para exportación, acaparando tierras, tirando gobiernos e imponiendo políticas favorables a sus intereses. Ceceña, que venía de Estados Unidos, donde estudió la economía política de los monopolios con Paul Sweezy y Victor Perlo, no tardó en alertar sobre los excesos y atropellos cometidos por esta empresa y sobre la complicidad de los gobiernos estadunidense y salvadoreño con sus actividades. Eran también los tiempos de la guerra fría y de la cacería de brujas del senador McCarthy en Estados Unidos (y de la presidencia de Alemán en México). Tiempos de persecución de la disidencia y de represión de las ideas. La resonancia de sus declaraciones, inusuales en un miembro de la ONU, fue tan extendida y escandalosa que lo alejó de ese organismo y lo llevó de vuelta a México, donde se mantuvo sin empleo durante año y medio, a pesar de sus estudios en Nueva York y de su calidad de economista “experto”.

Éste fue quizá el comienzo de una larga historia en la que sus estudios de economía eran elementos sólidos que alimentaban una militancia política comprometida con la independencia y autodeterminación de los pueblos, que por supuesto tenía costos y riesgos, de los que lograba siempre extraer el lado amable, como celebrar, hasta el último día de su vida, la comunicación que le enviara el general Cárdenas luego de ser salvajemente golpeado por los integrantes del MURO, grupo de choque universitario auspiciado por la CIA.

Su honestidad intelectual, a pesar de la guerra fría, lo invitaba a mantenerse en un debate en el que nunca usó otras armas que los argumentos, ni dejó de ser respetuoso y amable con los interlocutores. Con rigor y pasión, con compromiso e inteligencia, clamó en contra del derrocamiento de Arbenz en Guatemala, acogió solidariamente a los exilados latinoamericanos que huían de las dictaduras militares, y acompañó a la revolución cubana desde sus inicios.

No había separación entre su trabajo académico y su compromiso social. Su militancia política y su pasión por la vida los abarcaba a ambos.

En 1962 dio a conocer una pormenorizada radiografía del capital monopolista, evidenciando los hilos articuladores que corrían desde las cúpulas del poder económico donde se encontraban los “supergrupos” hasta sus terminales en las empresas supuestamente mexicanas a través de las que se extraían los recursos mineros y agrícolas, entre otros. La más florida intelectualidad mexicana de la época se reunió en el auditorio Narciso Bassols de la Escuela Nacional de Economía –que por su iniciativa, y con la colaboración de Enrique Semo, Theotonio dos Santos y otros distinguidos maestros, fue convertida en Facultad en 1976– para presenciar el examen profesional de Ceceña (con la tesis El capital monopolista y la economía de México), que debatía con un jurado compuesto por Paul Sweezy, Vicente Lombardo Toledano, Gilberto Loyo, Eduardo Botas y su asesor, don Jesús Silva Herzog, uno de los actores centrales de la expropiación petrolera.


El debate salió pronto del auditorio y se instaló en los medios. Entrevistas recurrentes y tres conferencias semanales en promedio, durante un muy largo periodo, sirvieron para difundir los hallazgos de una investigación que lo mantenía en continua búsqueda y profundización. Luchadores sociales y pensadores críticos de esos tiempos recuerdan sus artículos en la revista Siempre!, donde presentaba los pormenores y actualizaciones del tema, sustentados en datos incontrovertibles, que muchas veces provenían de las propias empresas o de los organismos oficiales de Estados Unidos. Sus lectores y alumnos lo seguían a las conferencias, verdaderas cátedras en las que su vocación normalista permitía a todos entender con claridad y precisión las urdimbres del poder económico.

Profundamente mexicano, pero internacionalista, con la inspiración de la Conferencia Tricontinental (1966) constituida por los precursores de las independencias y los procesos de descolonización en Asia, África y América (incluido el Che), Ceceña participó en la creación de la Asociación de Economistas del Tercer Mundo buscando las relaciones sur-sur tanto en el ámbito académico como en el de esa otra economía necesaria para la liberación de los pueblos.

Profundamente universitario, era un buscador del saber que impulsó y presidió la primera y gran reforma académica de los estudios de economía, referente, hasta bien entrado el neoliberalismo, para universidades de todo el país y de América Latina y el Caribe. Director de la Facultad de Economía y del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, fue, ante todo, un maestro que estimulaba la búsqueda honesta y crítica, sin complacencias ni conformismos.

Hombre que vivió en dos siglos, cuando cumplió 90 años nos convocó a no cansarnos de defender las causas justas y a seguir –como él– luchando por un mundo mejor.

Yo tuve el inmenso privilegio y orgullo de ser su hija, pero muchos extrañaremos su generosidad y su sabiduría.

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