viernes, 3 de febrero de 2012

Pragmatismo mal entendido.

Pragmatismo mal entendido
Por: Ángel Gabilondo
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Hemos de valorar ser eficientes y eficaces, ser realistas y concretos, atender a la situación y a las circunstancias, valorar la acción, entender que la aplicación y los efectos de lo que hacemos es decisiva, pero no estará mal que no demos demasiado por supuesto en qué consiste todo eso.

Para empezar, conviene que no propugnemos que para serlo hay que dejar de lado el pensamiento, la reflexión, el análisis, las ideas, a decir de algunos una pérdida de tiempo, para ir directamente a lo que importa. “Al grano”, dicen. No necesariamente se utiliza esa expresión. Más bien, otras del tipo “seamos concretos”, “descendamos a la realidad”, “dejémonos de palabras”… Y, desde luego, no hemos de ignorar estos avisos.

Algunos consideran que tal proceder sería garantía de fiabilidad, de no perderse en devaneos, de no refugiarse en las palabras, en definitiva, de autenticidad y de decisión. Y si a ello se añade contundencia y alguna pretendida “naturalidad” en las formas y en las expresiones, todo resulta “más verdadero”.

Pues, puestos a sospechar, también sospecho de quienes dicen ir “al grano”, no sea que su criterio sea siempre la rentabilidad, y no precisamente la rentabilidad social. En ocasiones, lo disfrazan de “sano sentido común” y lo demás lo consideran “sofisterías” y “ensoñaciones”, según palabras de Hegel, quien estima que esos tan “naturales” van contra la razón ilustrada.
.Ahora bien, presuponer que lo concreto o la realidad no tienen nada que ver con el pensamiento o con la palabra no deja de ser curioso y causa importantes disparates. Estimar que lo concreto y el concepto no tienen relación entre sí sería desastroso.

Ciertamente, es imprescindible no refugiarse en un sinfín de actividades para desatender los asuntos cotidianos, las venturas y desventuras de la vida, afrontar el hambre, la miseria, el dolor, la pobreza, el sufrimiento y la ignorancia del mundo. Es preciso combatirlos, por supuesto también mediante la cultura y la educación, con la acción que es pensamiento, con el pensamiento que es acción. En esto no ha de haber excusas. Pero, una vez más, ello exige la tarea de pensar.

El propio Hegel se pregunta “¿Quién piensa abstractamente?” Y en definitiva nos viene a recordar que algunos estiman que si no se habla de peras o de manzanas, no se está diciendo nada concreto. Pero más bien ellas, así, aisladas, separadas, desvinculadas de todo cuanto son y significan, de su maduración, de su necesidad y de su uso, no son en verdad las frutas reales. Al margen del árbol, de la tierra, del paisaje y de cuanto pensamos y decimos, son naturaleza muerta.



Pensar es relacionar, separar y hacer dialogar, vincular, comparar, componer y descomponer, abrir, tener un horizonte de referencia amplio, singular y universal a la par. Por eso es inquietante que no falten quienes estiman que hay que dejar de lado las ideas y los conceptos e ir “a por ello”. A veces prescindiendo de importantes valores.

Dejar de lado el pensamiento es violencia, violencia a la realidad, a lo concreto, es violencia sobre los demás. Hegel llama “terrorismo de la voluntad abstracta” el querer vincular, sin mediación, directamente, la voluntad con la ejecución y dice que tal modo de proceder “acaba cortando cabezas como coles”. Y en otros casos esta violencia adopta una nueva forma de dejación. Acuciados por ciertas urgencias y necesidades, permitimos que sólo algunos se ocupen de pensar, como si se tratara de una distracción de tiempo libre. Y es lo que parece que desean que hagamos.

Considerar que sólo lo útil tiene sentido es ignorar la realidad. Ello no impide ser pragmático, pero no se trata de pretender serlo al margen del pensamiento. Y de la palabra. Precisamente, por pragmatismo, por eficiencia, por consideración para con la realidad y lo concreto, es imprescindible pensar y hablar mejor.

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