miércoles, 1 de febrero de 2012

Siria, ese enigma.

Siria, atacada con hondas y flechas por sus amigos
Robert Fisk


La violencia empeora y la Liga Árabe, desesperada, saca las manos. Madame Clinton podrá soplar y resoplar en Naciones Unidas, pero el régimen sirio y los duros del viejo partido Baaz no cejan. Los árabes son los únicos que no se sorprenden, porque Siria, la um al Arabia wahidai, “la adre de un pueblo árabe”, como dicen los baazistas, es una criatura resistente y sus gobernantes están entre los más tenaces de todo Medio Oriente. Acostumbrados a las hondas y flechas con que los atacan sus amigos y enemigos. La negativa de Siria a todo lo que no fuera un total repliegue de Israel de la meseta de Golán a cambio de la paz es casi tan famosa como el “no” de De Gaulle a que Gran Bretaña entrara a la Unión Europea.

Cierto, el régimen sirio jamás ha enfrentado a una oposición a escala de la actual. El saldo mortal aún no se acerca a los entre 10 mil y 20 mil muertos que dejó la rebelión de Hama de 1982, que el viejo Hafez Assad aplastó con su habitual brutalidad. La naturaleza general de la actual rebelión: las deserciones del ejército sirio, la pérdida de todos menos uno de sus aliados árabes –el pequeño Líbano, por supuesto– y el lento desarrollo de una guerra civil vuelven este momento el más peligroso en la historia posindependencia Siria. ¿Cómo podrá mantenerse en el poder Bashar Assad?

Bueno, está Rusia, claro, y la determinación de la mancuerna Putin-Medvediev de no quedarse aislados de Occidente en la ONU como les ocurrió cuando no se opusieron a las zonas de exclusión aérea sobre Libia, lo que llevó directamente a la caída de Kadafi.

También está Irán, que para Siria, representa el puerto seguro. La sospecha que tiene Irán de que Siria se encuentra bajo un ataque internacional debido a esta alianza bien puede ser correcta. Si destruimos al Baaz sirio, y a su presidente chiíta alawi Bashar Assad, se llega directamente al alma misma de Irán. Ahí está Israel que apenas dice palabra sobre Siria porque teme que un régimen aún más intransigente tome su lugar.

Pero Siria también es un símbolo. A los ojos de los árabes, esta nación desafió sola a Occidente al rechazar una paz injusta en Medio Oriente. Sola, negó la paz con Israel propuesta por Anwar Sadat. Sola, le dio la espalda a Yasser Arafat después del fallido acuerdo de “paz” que el líder palestino logró con Israel. E históricamente Siria sola desafió a la ocupación francesa en 1920 y después en 1946, hasta que el Parlamento de Damasco fue incendiado y cayó sobre las cabezas de quienes lo defendía.

Aunque muchos libaneses elijan olvidar su propia historia, sigue siendo un hecho que después de la Primera Guerra Mundial, la mayoría de los libaneses prefería que su territorio continuara siendo parte de Siria –ello consta en los resultados de la comisión King-Crane–, les parecía mejor opción que vivir en una nación separada bajo la influencia de Francia.

Lejos de ser un Estado basado en la expansión, como Estados Unidos gusta de describir a la nación, Siria ha perdido territorio de manera consistente. Perdió Líbano debido a las maquinaciones francesas. Perdió Alejadreta en 1939 cuando Francia se la entregó a Turquía después de un fraudulento referendo realizado con la vana esperanza de que los turcos se unieran a la alianza contra Hitler. Israel se apoderó del Golán sirio en 1967. Debido a que Siria es una nación, más que un régimen, el mundo árabe le tiene mucha solidaridad y respeto. Bashar Assad, quien no es un parásito como el egipcio Hosni Mubarak, ni está loco como Kadafi, lo sabe muy bien.


Pero el baazismo no es “arabismo”, por mucho que sus partidarios así lo promulguen. Décadas de estabilidad no liberaron a Siria de la corrupción y sí llevó a una dictadura con las mismas reglas obsoletas que los árabes han tolerado durante muchos años: preferir la autocracia a la anarquía, preferir la paz a la libertad, y pese a ser gobernados por la minoría sunita, preferir ser laico a sectario. Y bueno, para cualquier sirio que quiera ver los resultados que tiene un Estado confesional, sólo tiene que echar un vistazo a la guerra civil en Líbano.

Con vergüenza recuerdo ese terrible conflicto y las palabras crueles que escribí ese día en que, después de que durante años hubo soldados “defensores de la paz” en Líbano, el ejército libanés iba a tener que cumplir la misma función. En ese momento fue un chiste malvado. Ahora tal vez no; pues una fuerza de paz libanesa en Siria, en la que estén representadas todas las comunidades de Líbano (sunita, chiíta, cristiana maronita, ortodoxa, drusa y armenia) podría ser una forma de controlar el conflicto interno en Siria. Esto sería una suprema paradoja después de la presencia militar siria, de 1976 a 2005. Es una imposibilidad, pero demuestra la naturaleza de los cambios políticos en Medio Oriente.

En realidad lo más probable es que el gobierno sirio luche solo, como lo ha hecho siempre. La doctrina de Assad, tanto el padre como el hijo, siempre ha sido la paciencia. Aferrarse, sin importar cuánto los condene el resto del mundo ni lo terribles que sean las amenazas de Israel o Estados Unidos, con el tiempo la rueda de la fortuna estará nuevamente a su favor.

La horrible carnicería en Homs y el resto de Siria, las decapitaciones y las torturas sugieren, sin embargo, que a Assad se le termina el tiempo. Los sirios están muriendo, al igual que la gente de Egipto, Libia y Yemen ha muerto porque quieren el derecho a gobernarse a sí mismos. Esa lucha se está extendiendo en las divisiones sectarias del norte de Líbano y existen dentro del Parlamento libanés, pese a que esto no es la principal preocupación del gobierno sirio.

La lucha por la sobrevivencia es algo terrible y Bashar Assad aún parece creer que puede evitar la desintegración de Siria con un montón de propuestas de reforma. Nadie afuera de Siria cree que pueda lograrlo.

Pero existe una pregunta que nadie se ha hecho. Supongamos que el régimen sobrevive. De ser así, ¿qué tipo de Siria deberá gobernar?

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