jueves, 5 de abril de 2012

Gunter Grass, el poeta.

Günter Grass escribiendo un poema
Por: Juan Cruz
.Günter Grass tiene un estudio al lado de su casa, en Lübeck, Alemania. Hasta allí va cada mañana desde su casa campestre, a unos pasos. Camina con sus zapatos viejos y grandes, la pipa en la boca, casi apagada, va encorvado, pensando, mira al suelo lleno de hierbas salvajes, abre la puerta del cobertizo y allí se pone a trabajar como un orfebre. Pintura, dibujo, novela, poemas; su letra es grande y espaciada, pero incomprensible, y sus dibujos son concienzudos, como los trabajos de un escolar preocupado. Alterna cada una de sus artes como si tuviera juntas varias personalidades que le permiten seguir siendo como el Oscar que lleva dentro, el niño de El tambor de Hojalata que se negaba a crecer.

Antes de sentarse en ese taburete alto en el que escribe bajo la sombra de un aguafuerte de Goya tiene la costumbre religiosa de leer sin desmayo la prensa del día, generalmente el Frankfurter Algemeine Zeitung, y es esa información, la que le viene del mundo, la que luego le conmueve para sus poemas o para sus novelas, pero la escritura es minuciosa, como si subrayara con su propia memoria los afectos y desafectos que le vienen del mundo. Si hace narrativa, generalmente es memoria lo que le viene, y si hace poema (así es la vida) es la actualidad lo que le mueve.

Cuando escribió Pelando la cebolla, a la que ahora todo el mundo acude para llamarlo nazi o antisemita, repitió algo que dijo muchos años antes: cómo se hizo, siendo un adolescente, de las SA alemanas; lo explicó en un libro anterior, lo había contado en unas declaraciones que hizo a una radio de Berlín en los años 50, es la sustancia de sus confesiones más reiteradas, pero entonces (en los años 50) nadie hacía caso de esas cosas, de modo que lo dejaron pasar..., hasta cuando convino.

Sus poemas y sus novelas son antifascistas, eso está claro, pues son humanas, novelas humanas, ayudó a Willy Brandt a reconciliar Alemania con Alemania, y ayudó a entender el embrollo que vino después de la guerra mundial, entre culpas explicadas y culpas inexplicables. Ahora, con esa sabiduría urgente que le da la experiencia, decidió publicar un poema en el que explica lo que cree: que no debe tentarse la suerte nuclear, y que dos países, Israel e Irán, compiten por la fanfarronería de exhibir la posibilidad de la violencia.

Entonces han tronado contra él como si él mismo fuera la bomba que denuncia. Imagino que él estará, en su casa de Lübeck, o donde esté ahora, pelando la cebolla de la memoria, recordando cómo fue recibida aquella confesión suya, esa memoria que tantos comparten pero que a nadie autoriza a tachar la moral de su historia. ¿Tiene derecho a decir? Claro que sí. Y tiene derecho al respeto que se le debe a su palabra, estés o no estés de acuerdo con su bulliciosa mente de hombre que se acerca a la actualidad y escribe un poema con lo que su corazón le dice a su memoria.
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