lunes, 9 de abril de 2012

La sociedad justa.

Las aspiraciones a la imparcialidad en una sociedad justa
Gonzalo Martínez Corbalá
En el libro de Amartya Sen La idea de la justicia, el autor analiza magistralmente la compleja problemática de la justicia y de sus implicaciones hacia la imparcialidad en una sociedad sustentable en los principios que corresponden en diversos escenarios alternativos. Muy pronto llega a mostrar los trazos de lo que serán al final del libro las conclusiones. Por ejemplo, al establecer en las primeras páginas, apoyándose en lo escrito por John Rawls en su obra La justicia como equidad: una reformulación, en la que discute “las dificultades de llegar a un conjunto único de principios, para orientar la exigencia de la sociedad de instituciones”, rechazando la creencia en que las cuestiones sobre valores tienen una sola respuesta posible, afirmando que “la diversidad de modos de vida y de regímenes es una característica de la libertad humana”. Y, consecuentemente, no es un error, sino que es importante admitir la coexistencia en un mismo sistema político de respuestas diversas, y aun opuestas de la sociedad.

De la misma manera establece la posibilidad de alcanzar acuerdos razonados destinados a reducir la injusticia, que “pueden ser alcanzados a pesar de nuestras diferentes opiniones sobre los regímenes ideales”.

Aquí convendría recordar a Jean Hyppolite cuando afirma que el hombre es siempre un proyecto de sí mismo y, por tanto, es responsable de su propio destino. Los destinos por los que el hombre lucha en libertad difícilmente son idénticos en una sociedad, y si no pueden identificarse, existe sin duda en una sociedad dada la imperiosa necesidad de encontrar el modo de crear, en el ejercicio de la justicia, zonas de encuentro en las que se haga posible la reducción de la injusticia, como objetivo compartido en un medio de valores que se expresan en la diversidad y en la libertad.

No hay que confundir estas expresiones con las que en este mismo espacio hemos hecho nuestras. Las afirmaciones de Norberto Bobbio, en las que no se refiere a ninguna doctrina ni movimiento político, en cuanto se trata de posiciones ideológicas de izquierda o de derecha, que son irreductibles e irreconciliables y tanto recíprocamente exclusivos como conjuntamente exhaustivos, ya que ningún movimiento político ni tampoco doctrina pueden ser, al mismo tiempo, de derecha y de izquierda, los cuales son, por definición y principio, términos antitéticos que definen el sentido ideológico de las doctrinas que corresponden casi exclusivamente a los partidos políticos, que son estructuras de intermediación entre el estado y la sociedad.

Claro está que quienes resuelven estas contradicciones ideológicas son los candidatos poliédricos que, rompiendo toda posibilidad de definición política, se lanzan alegremente, y sin sentido de responsabilidad alguna, lo mismo por la izquierda que por la derecha, aunque hay que reconocer que en realidad nunca mostraron, desde sus orígenes en la lucha política, congruencia ni definición ideológica, así que se mueven en un amplio campo de lucha en el que las restricciones a las que se refiere Bobbio son absolutamente inexistentes.

Además hay que definir otra variable que es determinante, y que se refiere a los tiempos de la actuación política, pues hay para quienes lo que hoy es cierto y real mañana puede ser solamente un recuerdo nostálgico, más o menos grato, según el caso, y no incurren en las incompatibilidades definidas por Bobbio para un mismo tiempo, es decir, en la simultaneidad que hace a los términos derecha e izquierda exclusivos y exhaustivos para determinado movimiento político, o para la idolología que lo define en el campo de la doctrina que necesariamente configura las declaraciones de principios correspondientes.
Volviendo al libro La idea de la justicia, Amartya Sen señala en una ilustración preciosa (p. 44), que con gran sencillez explica la no fácil precisamente comprensión de la compleja problemática que se genera en una sociedad perfectamente justa, o bien que aspira a serlo, en la búsqueda de la imparcialidad y la justicia. Construye una metáfora muy afortunada en la que se refiere al caso de tres niños, Anne, Bob y Carla, que aspiran a obtener una flauta desde diversas situaciones. Una es la única que sabe tocar el instrumento, el otro es el más pobre de todos y el tercero es quien construyó la flauta. Fundan en estas singulares características sus aspiraciones para ser favorecidos con la donación del instrumento. Obviamente, expresa Sen su criterio de que si únicamente se supiera de la situación de cada uno de los niños, y no de la de los otros dos, habría que decidirse por dárselo a cada uno, pero solamente se dispone de una flauta.

La justicia está implícita en la decisión, si se le otorga a quien sabe tocarla, tanto como si se le diera al más pobre, como si se le cediera a quien la hizo, y luego, analizando caso por caso, llega a identificar un caso con los utilitaristas, los igualitaristas económicos si se decidiera en favor del segundo, y finalmente con la imagen de los libertarios pragmáticos. Cada uno de los tres casos sería bien visto por los tres grupos que se citan, desde luego, pero estaría en desacuerdo con los otros dos, por supuesto. Están en juego en esta ingeniosa metáfora el derecho de la posesión para quien trabajó el instrumento, el acierto para quien siendo muy pobre recibe una suerte de compensación a su situación económica, y si se optara por favorecer a quien sabe tocar el instrumento, el criterio utilitarista habría sido el factor determinante.

No escapa a la agudeza del lector, indudablemente, la semejanza que esta genial metáfora de la flauta y de las dificultades inherentes para concretar la justicia sin generar una situación conflictiva con los demás guarda, por ejemplo, con el caso de nuestro propio país, en las elecciones por celebrarse en unos cuantos meses. Dejamos a ellos perfeccionar la semejanza del caso, y a quién le favorecerá la opinión pública nacional, que en este particular acontecimiento es a ésta, a la sociedad mexicana en su conjunto, a quien corresponde, fuera de toda duda, la facultad de tomar la decisión que corresponde, sin lastimar a los que, teniendo derechos inobjetables, tendrán que aceptar que únicamente habrá un partido triunfador en justicia y, esperamos, con toda imparcialidad.

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