domingo, 29 de abril de 2012

Y después de Hollande, ¿qué?

Hollande, ¿y después?
Guillermo Almeyra
L
o más probable –aunque, por supuesto, la seguridad matemática no se aplica a la política– es que François Hollande, el candidato del Partido Socialista francés, sume el 6 de mayo a su 28.8 por ciento casi todos los votos de Jean-Luc Mélenchon, del Frente de Izquierda, que logró el 11, más los dos puntos de los ecologistas, otro punto de la extrema izquierda, un tercio del ocho por ciento que tuvo el centroderechista Bayrou y un quinto del 18 por ciento que votó por la extrema derecha para protestar contra la crisis y contra Nicolas Sarkozy. Eso le daría al socialdemócrata, si votase la misma cantidad de electores que en el primer turno, un piso de entre 47 y 48 por ciento de los votos, contra 44-45 para el presidente saliente. Según las matemáticas, sería suficiente para ganar. Por un pelo y con una Francia dividida en dos, pero ganar.
Pero las elecciones no son más que un termómetro. Lo que importa realmente es la evolución del enfermo. Ahora bien, por un lado, Francia está sumamente integrada en la Unión Europea y sufre demasiado la crisis general del sistema capitalista como para que un gobierno socialdemócrata pueda modificar mucho la economía del país y su orientación. Por consiguiente, difícilmente Hollande podrá cumplir sus promesas de ruptura con la política del dúo Sarkozy-Merkel, a pesar del mandato antiBruselas que le dio el electorado (por eso, entre otras cosas, los grandes patrones franceses no lo atacan ni apoyaron a Sarkozy y están a la espera). Cuando mucho, su eventual victoria debilitará a la derecha en Alemania misma, dificultará la política de la Unión Europea. y le permitirá a su gobierno adoptar alguna medida sobre la creación de empleo y sobre el control a la especulación financiera. Pero no será nada que se parezca al cambio prometido.
Sin embargo, quienes apoyaron a Mélenchon y podrían hacer posible el triunfo del socialdemócrata que repudian, no entrarán en su gobierno y exigirán ese cambio, así como la VI República, desde afuera del mismo mediante movilizaciones y luchas. Los votos son todos iguales en las urnas, pero el sufragio de los que pueden hacer huelgas, manifestaciones y ocupar los centros de trabajo pesa más que el de la polvareda social conservadora y reaccionaria que apoya a la derecha. Las movilizaciones sindicales podrían arrastrar contra el capital, incluso, a una parte de los trabajadores y los jóvenes que votaron por Marine Le Pen buscando una propuesta radical contra el sistema de los ricos.
La oposición de izquierda radical podría ganar así parte de la oposición de derecha que, a partir de ahora, no estará dirigida por Sarkozy sino por Marine Le Pen, porque el primero ahora depende de la segunda. En esa oposición de derecha dura, dada su composición, surgirá probablemente un ala social antisistema y los propiamente fascistas, en cambio, provocarán un efecto de rechazo en la derecha conservadora sarkozista.
Además, no existe sólo la división de Francia entre dos partes de densidad y peso desigual, o sea, la derecha, con el gran patronato y los factores de poder más una difusa y dispersa base conservadora, y la izquierda, formada por las organizaciones tradicionales –sindicatos, partidos, ligas sociales–, más la juventud con empleos precarios, los estudiantes, los empleados. Hay, en efecto, una división de clases entre ambos bloques, pero esa lucha social interactúa con la lucha nacional y descolonizadora de millones de inmigrantes que no votan, pero que son esenciales para la producción, pueden hacer huelgas y además tomar de hecho los barrios pobres, Dependerá de la izquierda real reorganizar una parte del electorado del Frente Nacional y también una buena parte que es racista al revés por repudio al racismo blanco y rechaza la política, de los esclavos de color.
Las elecciones destaparon la Francia profunda –votó más de 80 por ciento del electorado– y pusieron en movimiento al país que, como siempre, da su impulso a toda Europa. ¿Qué hará el capital ante un eventual gobierno de Hollande? ¿Emigrará? ¿Saboteará? ¿Cuáles podrían ser las resistencias a esa reacción? ¿Qué salto dará el nivel de conciencia en un país donde, como en Italia o España, se han multiplicado los suicidios de trabajadores provocados por la sensación de impotencia ante la crisis? Hasta ahora, ha habido cortas ocupaciones de fábricas, pero ninguna trabajó en autogestión obrera. ¿Los ejemplos griego y argentino se repetirán en Francia, donde los obreros son más viejos, están menos sindicalizados y están más divididos, incluso desde el punto de vista de su origen nacional y su lengua? Las respuestas a estas preguntas no están en los escrutinios del segundo turno, aunque éstos –si ganase Hollande– las harían posibles.
El eje de la situación francesa pasa por la evolución del Frente de Izquierda. Ésta tiene como principal componente el viejo Partido Comunista, conservador y propenso al oportunismo para mantener representaciones municipales. El mismo presionará para semintegrarse en el gobierno de Hollande. Los aparatos sindicales, a su vez, son conservadores. Mélenchon dirige el Frente con mano dura. Los revolucionarios anticapitalistas de Izquierda Unida, que rompieron con el agonizante Nuevo Partido Anticapitalista por el sectarismo del mismo ante el Frente de Izquierda, tienen como principal preocupación arrastrar hacia ese Frente a buena parte de los que en su viejo partido (el NPA) ven a éste como inútil y hasta nocivo. El Frente de Izquierda, por consiguiente, es todavía un mosaico de piezas discordantes y mal pegadas, muchas de las cuales se juntaron sólo por las elecciones. Para que pueda ser un organizador de las luchas debe depender menos de la retórica patriótica y republicana y más de la autorganización de los trabajadores. La cuestión del programa pasa así a primer plano porque el mismo seleccionará los dirigentes y podrá dar –o no– una base para la organización de una izquierda anticapitalista en Francia.

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