Juicio histórico en Brasil
Que el ‘mensalao’ haya llegado al Supremo es un avance en un país indulgente con la corrupción
Es improbable que el mensalao salpique a la presidenta Dilma
Rousseff, pese a que entre los procesados figura la antigua cúpula
dirigente del Partido de los Trabajadores (PT), al que pertenecen Lula y
la jefa del Estado, además de miembros de otras formaciones de la
actual coalición gobernante. La sucesora de Lula ha conseguido un plus
de credibilidad entre los brasileños después de haber destituido sin
contemplaciones a un puñado de miembros de su Gabinete acusados de
corrupción.
El meollo del denominado juicio del siglo establece que tras su llegada al poder en 2003, el PT del presidente Lula utilizó dinero público (maletines de por medio) para comprar el voto a favor del Gobierno de parlamentarios de otros partidos. El catálogo de cargos incluye corrupción, malversación, blanqueo de dinero, evasión de divisas o asociación ilícita. La acusación señala como responsable máximo del tinglado a José Dirceu, que fuera mano derecha de Lula. El ex presidente brasileño, que no ha sido implicado en la trama, pidió perdón en su día, pero ha mantenido después una más que ambigua posición sobre los hechos.
Del resultado del juicio no va a depender el futuro del gigante latinoamericano, como sugieren los maximalistas. Brasil es indulgente con la corrupción; sus ciudadanos aseguran en las encuestas no tolerarla entre sus dirigentes, a los que luego votan sin mayor problema. El mismo Lula fue reelegido el año siguiente de que estallara el escándalo que ha conmocionado a su partido. Pero que el mensalao haya llegado al Supremo es un signo de progreso en un país donde una dudosa reputación no suele impedir hacer carrera política. Una sentencia ejemplarizante, además de empañar el legado de Lula, contribuiría a desacreditar una acendrada cultura de la corrupción y de impunidad de los poderosos en Brasil.
El meollo del denominado juicio del siglo establece que tras su llegada al poder en 2003, el PT del presidente Lula utilizó dinero público (maletines de por medio) para comprar el voto a favor del Gobierno de parlamentarios de otros partidos. El catálogo de cargos incluye corrupción, malversación, blanqueo de dinero, evasión de divisas o asociación ilícita. La acusación señala como responsable máximo del tinglado a José Dirceu, que fuera mano derecha de Lula. El ex presidente brasileño, que no ha sido implicado en la trama, pidió perdón en su día, pero ha mantenido después una más que ambigua posición sobre los hechos.
Del resultado del juicio no va a depender el futuro del gigante latinoamericano, como sugieren los maximalistas. Brasil es indulgente con la corrupción; sus ciudadanos aseguran en las encuestas no tolerarla entre sus dirigentes, a los que luego votan sin mayor problema. El mismo Lula fue reelegido el año siguiente de que estallara el escándalo que ha conmocionado a su partido. Pero que el mensalao haya llegado al Supremo es un signo de progreso en un país donde una dudosa reputación no suele impedir hacer carrera política. Una sentencia ejemplarizante, además de empañar el legado de Lula, contribuiría a desacreditar una acendrada cultura de la corrupción y de impunidad de los poderosos en Brasil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario