La evolución es más lista
El ADN es el soporte de información más compacto que conoce la tecnología contemporánea y puede ser la próxima locomotora del progreso industrial
Un transistor tenía el tamaño de una aspirina a mediados del siglo
XX, pero mide lo que un virus a principios del XXI. Esta increíble
historia del transistor menguante, uno de los grandes logros de la
tecnología moderna, es lo que subyace a la llamada ley de Moore:
que la potencia de los chips se duplica cada año y medio. La palabra
ley en este caso no se usa en el sentido de un principio científico
universal e inviolable, como la primera ley de Newton o la segunda ley
de la termodinámica, sino más bien como en la ley de Murphy, en
un sentido jocoso y provisional. Pero el caso es que la de Moore se ha
cumplido bastante bien desde que el ingeniero norteamericano Gordon
Moore la formuló, hace casi 50 años, y explica el espectacular
desarrollo de los ordenadores, y en parte de nuestras propias vidas,
durante ese mismo periodo. Los chips de silicio, por desgracia,
alcanzarán hacia el final de esta década su límite de miniaturización.
No hay que olvidar, sin embargo, que los inventores del almacenamiento de información no fuimos los humanos. Fue la naturaleza. El ADN, la famosa doble hélice que constituye el soporte de la información genética, es precisamente la base de datos que utilizamos todos los seres vivos desde hace 3.000 millones de años.
Su bit de información difícilmente puede ser más pequeño —una simple molécula, o base, hecha de unos pocos átomos—, y su grado de empaquetamiento difícilmente puede ser mayor, con las bases apiladas como las hojas de un cuaderno a lo largo de la doble hélice. La genética, en el fondo, es una nanotecnología mucho más avanzada que la nuestra.
Dos genetistas de la Universidad de Harvard acaban de dejar al mundo boquiabierto al escribir un libro en la molécula de ADN. En vez de una ristra de ceros y unos, el resultado es una secuencia de a, t, g y c, las bases o letras con que se escriben los genes, pero la idea es básicamente la misma. Y el ADN es el soporte de información más compacto que conoce la tecnología contemporánea, con una densidad de almacenamiento un millón de veces superior a los actuales discos duros.
No hay novedad: la evolución sigue siendo más inteligente que sus criaturas.
No hay que olvidar, sin embargo, que los inventores del almacenamiento de información no fuimos los humanos. Fue la naturaleza. El ADN, la famosa doble hélice que constituye el soporte de la información genética, es precisamente la base de datos que utilizamos todos los seres vivos desde hace 3.000 millones de años.
Su bit de información difícilmente puede ser más pequeño —una simple molécula, o base, hecha de unos pocos átomos—, y su grado de empaquetamiento difícilmente puede ser mayor, con las bases apiladas como las hojas de un cuaderno a lo largo de la doble hélice. La genética, en el fondo, es una nanotecnología mucho más avanzada que la nuestra.
Dos genetistas de la Universidad de Harvard acaban de dejar al mundo boquiabierto al escribir un libro en la molécula de ADN. En vez de una ristra de ceros y unos, el resultado es una secuencia de a, t, g y c, las bases o letras con que se escriben los genes, pero la idea es básicamente la misma. Y el ADN es el soporte de información más compacto que conoce la tecnología contemporánea, con una densidad de almacenamiento un millón de veces superior a los actuales discos duros.
No hay novedad: la evolución sigue siendo más inteligente que sus criaturas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario